El Paseante nº 5
25 de Junio de 2012
La ciudad se va iluminando gracias a antiguas farolas restauradas por obra del alcalde, una medida para preservar la ciudad. “El Paseante” camina algo sombrío, reflexiona sobre lo ocurrido varias noches atrás (léase nºs 3 y 4). Aquella bala debía haberle matado, pero no fue así. Continuó como si hubiera sido un simple golpecito. Incluso el pequeño orificio se había cerrado, sin dejar marca alguna.
Continúa avanzando por la gran avenida hasta llegar a la calle del ascensor, a mano izquierda.
Esta calle continúa a la derecha creando, visto desde el aire, una gigantesca jota invertida. En la curva hay un ascensor que facilita el descenso a la calle inferior, aunque normalmente se utilizan los 83 escalones de la escalera que desciende a su izquierda.
A dos metros del primer peldaño, una mujer joven, de rubios cabellos y pálida tez, mira a todos lados sin encontrar lo que busca. Cuando sus ojos se encuentran con los de “El Paseante”, echa a correr en su dirección y empieza a llorar.
- ¿Qué pasa, mujer? ¿Por qué lloras?
La mujer apenas puede hablar, balbucea sonidos mezclados con angustia.
- Vale, vale, tranquila.
La mano de “El Paseante” se posa en el hombro de la joven. La expresión en el rostro de “El Paseante” muta a sorpresa al ver cómo su mano atraviesa el cuerpo de la mujer.
- ¡No puede ser!
- ¿Qué pasa? –logra decir la joven.
- ¡No te puedo tocar!
Continúa avanzando por la gran avenida hasta llegar a la calle del ascensor, a mano izquierda.
Esta calle continúa a la derecha creando, visto desde el aire, una gigantesca jota invertida. En la curva hay un ascensor que facilita el descenso a la calle inferior, aunque normalmente se utilizan los 83 escalones de la escalera que desciende a su izquierda.
A dos metros del primer peldaño, una mujer joven, de rubios cabellos y pálida tez, mira a todos lados sin encontrar lo que busca. Cuando sus ojos se encuentran con los de “El Paseante”, echa a correr en su dirección y empieza a llorar.
- ¿Qué pasa, mujer? ¿Por qué lloras?
La mujer apenas puede hablar, balbucea sonidos mezclados con angustia.
- Vale, vale, tranquila.
La mano de “El Paseante” se posa en el hombro de la joven. La expresión en el rostro de “El Paseante” muta a sorpresa al ver cómo su mano atraviesa el cuerpo de la mujer.
- ¡No puede ser!
- ¿Qué pasa? –logra decir la joven.
- ¡No te puedo tocar!