Capítulo 1
15 de Abril de 2012
- ¡Discúlpeme, señor! -dijo Marta casi en un grito.
- ¿Disculparte, por qué? -respondió Paco- ¿Acaso lo has hecho a propósito?
- ¡No, señor! Tropecé sin darme cuenta y ...
- Entonces, no tienes porqué pedir disculpas. Tropezar es humano y una gota de vino en mi camisa no me va a matar -dijo Paco esbozando una cordial sonrisa.
Marta, cabizbaja, comenzó a ruborizarse por el trato tan amable que le estaba dando ese señor que sólo conocía de verlo asiduamente. Le daba vergüenza haber tenido sus primeras palabras con él en tan delicada situación y no sabía cómo actuar.
- Permíteme ver, aunque sea por un instante, una sonrisa tuya -dijo Paco, alzando con un dedo de su mano el rostro de Marta.
Ella no pudo menos que dejarse llevar por las palabras de Paco y, casi como a cámara lenta, comenzó a sonreír, tímidamente al principio pero, finalmente, con seguridad.
- De verdad que siento lo de su camisa. Si hace falta, le compraré otra igual.
- No pasa nada, chiquilla, tengo más camisas en casa. A docenas, diría yo -y soltó una carcajada- No ha habido cumpleaños en que no me hayan regalado, por lo menos, dos o tres camisas. ¡Y así durante más de diez años! Tengo tantas que no recuerdo ya si son de mi talla.
A Marta se le escapó una risa al oírlo y dos hoyuelos se le marcaron en ambas mejillas.
- ¿Ves? No hay nada más hermoso en esta vida que ver una mujer sonriendo.
- Como siga así tendré que tratarle de tú -se atrevió a decir Marta.
- Pues justamente eso es lo que quiero.
- ¿Cómo? -la cara de Marta reflejó una sorpresa inesperada.
- Sí, como oyes. Hace tiempo que vengo observándote y tengo ganas de conocerte mejor. Si tú quieres.
- ¿Disculparte, por qué? -respondió Paco- ¿Acaso lo has hecho a propósito?
- ¡No, señor! Tropecé sin darme cuenta y ...
- Entonces, no tienes porqué pedir disculpas. Tropezar es humano y una gota de vino en mi camisa no me va a matar -dijo Paco esbozando una cordial sonrisa.
Marta, cabizbaja, comenzó a ruborizarse por el trato tan amable que le estaba dando ese señor que sólo conocía de verlo asiduamente. Le daba vergüenza haber tenido sus primeras palabras con él en tan delicada situación y no sabía cómo actuar.
- Permíteme ver, aunque sea por un instante, una sonrisa tuya -dijo Paco, alzando con un dedo de su mano el rostro de Marta.
Ella no pudo menos que dejarse llevar por las palabras de Paco y, casi como a cámara lenta, comenzó a sonreír, tímidamente al principio pero, finalmente, con seguridad.
- De verdad que siento lo de su camisa. Si hace falta, le compraré otra igual.
- No pasa nada, chiquilla, tengo más camisas en casa. A docenas, diría yo -y soltó una carcajada- No ha habido cumpleaños en que no me hayan regalado, por lo menos, dos o tres camisas. ¡Y así durante más de diez años! Tengo tantas que no recuerdo ya si son de mi talla.
A Marta se le escapó una risa al oírlo y dos hoyuelos se le marcaron en ambas mejillas.
- ¿Ves? No hay nada más hermoso en esta vida que ver una mujer sonriendo.
- Como siga así tendré que tratarle de tú -se atrevió a decir Marta.
- Pues justamente eso es lo que quiero.
- ¿Cómo? -la cara de Marta reflejó una sorpresa inesperada.
- Sí, como oyes. Hace tiempo que vengo observándote y tengo ganas de conocerte mejor. Si tú quieres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario