El Columnista nº 3
5 de Julio de 2013
“Ciudad solitaria”, cantó Mina en una ocasión. Debió de ser en un famoso encuentro. Quizá fue la clásica disputa entre el Milan y la Internazionale; quizá fueron los blancos contra los blaugranas quienes lo disputaron; posiblemente la Deportiva derrotó a la Cultural.
A fin de cuentas, en cualquier encuentro futbolístico podemos disfrutar de paz y serenidad, de tranquilidad y bienestar en nuestras grandes y amadas calles. Porque es en esos momentos, cuando las aficiones van al estadio, los grupos de amigos se reúnen en casa de alguien o los bares se abarrotan con seguidores condicionales, cuando podemos ver la ciudad como es: un gran cúmulo de piedras que no discuten ni mienten, árboles que intenta sobrevivir al cemento, vehículos que no contaminan mientras “duermen” a la vera de una acera.
A veces deseo que televisen esos fatídicos encuentros que congregan a millones de pobres mientras los protagonistas se llenan los bolsillos, sacuden las contadas frases de apoyo y disfrutan, aquellos pocos, de los sueños que nada cuesta soñar y que nunca se nos harán realidad.
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