Historias del metro
25 de Marzo de 2016
Mientras esperaba el metro encendió un cigarrillo.
Observó la gente que estaba alrededor y se fijó en un hombre de unos 45 años, pelo gris, andar tranquilo; vestía unos pantalones oscuros con zapatos marrón claro. Las uñas de ambos meñiques eran largas y puntiagudas. Llevaba una cazadora marrón oscuro con puños y cuello de cuero. Usaba gafas y portaba una corbata que cerraba el cuello de una camisa de seda color granate claro. Un reloj con cadena de piel se mostraba en su muñeca, fuerte por el trabajo de muchos años.
Conversaba con su familia ajeno a su observador. Estaba preocupado.
De repente llegó el metro y él se giró a ver su llegada. Se sentó en el segundo vagón mirando a su alrededor en busca de una cara conocida. Al sentarse el detective, una mujer que llevaba tejanos, abrigo y bolso a juego no acertó al sentarse, quedándose de pie cuando el metro comenzó su marcha y perdiendo el equilibrio hacia donde él se encontraba.
Era rubia de unos veintitantos años y gran cariño a los niños. Ella no tenía hijos. No por el momento.
El rostro del hombre comenzó a mostrar más preocupación porque en la siguiente parada tampoco reconoció a nadie. Su pesadumbre se tornó ligeramente en una sonrisa complaciente al entrar un hombre de unos 35 años con tejanos y cazadora azul pasada de moda. Pero no era él.
En la segunda parada se fijó en un hombre misterioso que se mostraba muy normal. Se aposentó en el otro extremo del vagón mirando, por casualidad, a su cómplice.
Mientras, un hombre entró en el segundo vagón pidiendo caridad. Era un marinero y su aspecto era desaliñado porque llevaba meses sin trabajar. Se vio obligado a mendigar y el detective, apenado por esa vida, le dio unas monedas que tenía.
Volviendo a la pareja sospechosa, el detective los estuvo observando durante varias paradas hasta que, al unísono, los dos hombres se bajaron del vagón en la misma parada... (¿continuará?)
Observó la gente que estaba alrededor y se fijó en un hombre de unos 45 años, pelo gris, andar tranquilo; vestía unos pantalones oscuros con zapatos marrón claro. Las uñas de ambos meñiques eran largas y puntiagudas. Llevaba una cazadora marrón oscuro con puños y cuello de cuero. Usaba gafas y portaba una corbata que cerraba el cuello de una camisa de seda color granate claro. Un reloj con cadena de piel se mostraba en su muñeca, fuerte por el trabajo de muchos años.
Conversaba con su familia ajeno a su observador. Estaba preocupado.
De repente llegó el metro y él se giró a ver su llegada. Se sentó en el segundo vagón mirando a su alrededor en busca de una cara conocida. Al sentarse el detective, una mujer que llevaba tejanos, abrigo y bolso a juego no acertó al sentarse, quedándose de pie cuando el metro comenzó su marcha y perdiendo el equilibrio hacia donde él se encontraba.
Era rubia de unos veintitantos años y gran cariño a los niños. Ella no tenía hijos. No por el momento.
El rostro del hombre comenzó a mostrar más preocupación porque en la siguiente parada tampoco reconoció a nadie. Su pesadumbre se tornó ligeramente en una sonrisa complaciente al entrar un hombre de unos 35 años con tejanos y cazadora azul pasada de moda. Pero no era él.
En la segunda parada se fijó en un hombre misterioso que se mostraba muy normal. Se aposentó en el otro extremo del vagón mirando, por casualidad, a su cómplice.
Mientras, un hombre entró en el segundo vagón pidiendo caridad. Era un marinero y su aspecto era desaliñado porque llevaba meses sin trabajar. Se vio obligado a mendigar y el detective, apenado por esa vida, le dio unas monedas que tenía.
Volviendo a la pareja sospechosa, el detective los estuvo observando durante varias paradas hasta que, al unísono, los dos hombres se bajaron del vagón en la misma parada... (¿continuará?)
Escrito el 7 de Diciembre de 1997
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