Una tarde con Alexia
25 de Julio de 2016
La plaza estaba todavía mojada a causa de la tormenta que cayó en los últimos tres días. Habían sacado la terraza del Axedor, el bar que frecuentaba a menudo.
Cuando llegó al mediodía, su amiga ya la estaba esperando. Estaba tomando un café.
La saludó efusivamente con dos besos bien plantados en las sonrosadas mejillas de su amiga y se sentó. La camarera se acercó y ella pidió un refresco de naranja. Cuando le fue servida la consumición comenzaron a hablar del fin de semana.
Cristina, así se llamaba su amiga, había ido a esquiar y, en medio de la pista, había conocido a su hombre.
Habían chocado y empezaron a hablar. Incluso quedaron para tomar algo en la cafetería de la estación de esquí.
Mientras Cristina narraba estos hechos, Alexia miraba de reojo hacia un muchacho sentado dos mesas más al fondo, cerca de la entrada del bar. El joven estaba escribiendo algo y mirando a todas partes.
Alexia, con un gesto nervioso, cruzó las piernas con dificultad a causa de la falda larga ajustada que llevaba. Su rostro se ruborizó al darse cuenta que era observada por el joven.
Intercambiaron miradas. Parecía que estaban ellos dos solos.
Sus miradas se interrumpieron cuando pasó entre ellos un hombre alto y corpulento con un peinado clásico "Albert Einstein". La barba que se había dejado durante años se veía descuidada y ajada.
Se sentó en la mesa de en medio.
El joven cambió a la silla contigua de las muchachas y les comentó cuán bellas eran y les preguntó si podía inmiscuirse en la conversación.
Durante media hora hablaron de aquello que hacían todos los días y algunos gustos personales.
Entonces Cristina se disculpó y se marchó al encuentro de su hombre, que apareció en la esquina de la plaza.
Alexia y el desconocido se miraron durante unos segundos y se levantaron. Pagaron lo que habían tomado y se alejaron hacia la gran calle turística, atestada de tenderetes y quioscos.
Discretamente se cogieron de la mano.
Cuando llegó al mediodía, su amiga ya la estaba esperando. Estaba tomando un café.
La saludó efusivamente con dos besos bien plantados en las sonrosadas mejillas de su amiga y se sentó. La camarera se acercó y ella pidió un refresco de naranja. Cuando le fue servida la consumición comenzaron a hablar del fin de semana.
Cristina, así se llamaba su amiga, había ido a esquiar y, en medio de la pista, había conocido a su hombre.
Habían chocado y empezaron a hablar. Incluso quedaron para tomar algo en la cafetería de la estación de esquí.
Mientras Cristina narraba estos hechos, Alexia miraba de reojo hacia un muchacho sentado dos mesas más al fondo, cerca de la entrada del bar. El joven estaba escribiendo algo y mirando a todas partes.
Alexia, con un gesto nervioso, cruzó las piernas con dificultad a causa de la falda larga ajustada que llevaba. Su rostro se ruborizó al darse cuenta que era observada por el joven.
Intercambiaron miradas. Parecía que estaban ellos dos solos.
Sus miradas se interrumpieron cuando pasó entre ellos un hombre alto y corpulento con un peinado clásico "Albert Einstein". La barba que se había dejado durante años se veía descuidada y ajada.
Se sentó en la mesa de en medio.
El joven cambió a la silla contigua de las muchachas y les comentó cuán bellas eran y les preguntó si podía inmiscuirse en la conversación.
Durante media hora hablaron de aquello que hacían todos los días y algunos gustos personales.
Entonces Cristina se disculpó y se marchó al encuentro de su hombre, que apareció en la esquina de la plaza.
Alexia y el desconocido se miraron durante unos segundos y se levantaron. Pagaron lo que habían tomado y se alejaron hacia la gran calle turística, atestada de tenderetes y quioscos.
Discretamente se cogieron de la mano.
Escrito el 15 de Noviembre de 1999
Revisado el 22 de Enero de 2010
Revisado el 22 de Enero de 2010
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