La hora de la comida
25 de Octubre de 2016
Una historia real
Y se acercó a él, con intenciones poco claras, adentrándose en el habitáculo, ridículo y estrecho, donde temporalmente se alojaba.
Se notaba que el muchacho estaba en tensión, mientras ella le hablaba, pues cogía sábanas ya dobladas, las desdoblaba y las volvía a doblar. A ella parecía no afectarle, más bien se sentía dominadora de la situación, poderosa ante un hombre, grande como ninguna.
La sorpresa que se llevó ella fue mayúscula al invitarla, con gesto amable pero impaciente, a volver al sitio que, previo pago, le correspondía en aquel viaje.
Los ojos se tornaron de un airado rojo con tonos de infierno alrededor de las pupilas, haciendo del iris un auténtico Arco de San Martín.
Una historia ficticia
Estaban sentados el uno frente a la otra. Sus sonrisas indicaban que se encontraban cómodos y a gusto. Las palabras fluían solas de sus bocas sin apenas mover los labios más de lo necesario.
Sus cuerpos no conocían la tensión, parecían fusionados en una sola persona, dos seres con una sola mente.
Sus ojos brillaban de una manera especial, brindándose mutuamente un sentimiento que flotaba en el ambiente pero que nadie más que ellos podía poseer.
Por un momento cesaron de hablar y continuaron mirándose, quedando embelesados el uno de la otra, sintiendo cada uno el espíritu del otro, ansiando unirse durante un instante para siempre.
De pronto una sirena ruidosa avisó al chico de una emergencia a la cual tuvo que acudir presto, raudo y veloz. Ella se quedó sentada, esperando con ardiente deseo su vuelta.
Escrito el 5 de Septiembre de 2007
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