Epílogo
Los recuerdos, sus ya únicos compañeros, vinieron a su mente casi agolpados, en desorden. Poco a poco fue seleccionando aquéllos que más fuerte sentía, aquellos que aún tenía pendientes por resolver, aquellos que hacían su vida algo más agradable.
Recordó cómo antes de salir de viaje se encontraba en el bar de siempre. Rogelio siempre había sido admirado por haber viajado mucho y haber tenido éxito. Según él, había que nacer con el don de gentes para triunfar en este mundo. Quizá lo tenía pues, a fin de cuentas, nunca había soltado un céntimo, siempre había alguien que le pagaba los viajes, las comidas e incluso la ropa.
Ese día, Rogelio acababa de llegar de su viaje de Cuba y, cómo no, ya estaba explicando sus aventuras a todos.
El viejo español se unió al grupo para poder escuchar las maravillas de esas tierras y de lo fantástico que era el mundo. Aquel mismo día, el viejo español se atrevió a interrumpir a Rogelio:
- ¿Y yo también podría ir?
Se hizo el silencio entre los presentes y todas las miradas estaban clavadas en el viejo español. Hasta que Rogelio dijo:
- Pues claro que sí, Paco.
El alivio fue general pues nadie se atrevía nunca a interrumpir los relatos de Rogelio.
- Es más, esta vez hasta me he echado novia -prosiguió Rogelio.
Los rostros de los presentes mostraban sorpresa y ansiaban conocer los detalles. Que un hombre de 80 años no se echaba novia todos los días.
- Mirad, mirad -dijo sacando una fotografía de la cartera- ¿A que es bonita?
El rostro de Paco palideció al ver a Rogelio con una niña de unos 12 años sentada en sus rodillas. El resto mantuvo su pequeño silencio hasta que empezaron a felicitar a Rogelio. Paco no daba crédito a lo que sus ojos veían. Rogelio se dio cuenta de la situación y se dirigió a Paco:
- Tranquilo, hombre, que todas allí lo hacen. Basta con que les des algo, una baratija, un par de billetes y ya te llaman papito y todo.
Y soltó una tremenda y sonora carcajada. El resto le coreó murmurando: "Claro, ya se sabe, es lo que tienen estos sitios."
La imagen de esa niña se le quedó grabada a Paco. Y la soledad que sentía, junto con las cosas que le explicaba Rogelio, le hizo tomar la decisión de ir a Cuba y disfrutar como lo hizo Rogelio.
Paco volvió a la realidad y se dio cuenta de que soñaba despierto, como siempre. Se levantó y se dirigió a la ducha para relajarse del viaje. Una hora después, salía a la calle en dirección al bar donde se reunían sus compañeros.
De camino al bar recordó aquella tarde, la tarde en que conoció a los padres de la niña cubana. Le había entregado un sobre con dinero y no quería que lo perdiera o se lo robaran, así que le dijo que la acompañaría a casa.
Cuando llegaron allí, la niña cubana le pidió que entrara para presentarle a su familia, como muestra de agradecimiento. Allí se encontraban los padres y los cinco hermanos de la niña cubana. Se respiraba un ambiente de cortesía y confianza aun a pesar de la miseria en que vivían.
Paco entró detrás de la niña cubana, que fue corriendo hacia su madre extendiendo el sobre en la mano derecha. Su madre cogió el sobre, lo abrió y sus ojos casi se salen al ver el contenido. Miró al marido y le dijo:
- Esto es una bendición del cielo.
El marido, viendo el contenido del sobre, asintió y extendió el brazo hacia Paco invitándole a que se sentara con ellos.
Estuvieron hablando durante dos horas, de esto, de lo otro y de aquello; de cómo era la vida en la isla, de la dureza de vivir allí, de las niñas; de la vida en España, de sus gentes e ideas.
Paco quería que la niña cubana pudiera ser alguien en la vida, quería que viviera e iba a hacer lo que estuviera en su mano para ello.
Por eso la apadrinó.
Por eso cada mes ingresará un dinero en una cuenta para que la niña cubana y su familia no sufrieran más de lo que habían sufrido.
Recordaba las caras de alegría y los gestos agradecidos, cuando llegó al bar. Como siempre, ahí estaban Rogelio y compañía, él hablando y el resto asintiendo.
- ¡Hombre, Paco! -gritó Rogelio al verle- ¿Qué tal tu viaje por placer?
- Pues aquí me tienes, -respondió Paco- encantado de la vida.
- ¿Ah, sí? Así que encontraste plan, ¿verdad? Si ya te decía yo ...
- Podríamos decirlo así.
- ¿Y eso qué significa, que sí o que no?
- Mejor llevaré yo la conversación.
- ¿Qué quieres decir? -en el rostro de Rogelio se mostró incertidumbre a la vez que indignación, nadie le llevaba la contraria.
- ¿Tienes ahí la foto de tu ... "novia"?
Al decir esta última palabra, en la cara de Paco se reflejó el mayor de los ascos.
- Claro que sí, -respondió Rogelio- pero, ¿te encuentras bien? No entiendo tu ...
- Déjamela ver, por favor.
- La verdad es que has vuelto de un "rarito" ...
- Por favor, Rogelio, déjame la foto.
- Vale, aquí la tienes -dijo Rogelio excitado.
Sacó la cartera, la abrió y extrajo la fotografía que, a regañadientes y extrañado, entregó a Paco.
Éste cogió la fotografía y la miró durante unos segundos. La misma imagen seguía allí, no había mutado en absoluto. La tenía grabada en la mente desde la primera vez que vio la fotografía y, desde entonces, no le había abandonado ni un momento, ni en sus más débiles sueños.
- Te voy a hacer un regalo, Rogelio.
- ¿Ah, sí? ¡Qué bien que te hayas acordado de mí!
Paco cogió a Rogelio de la camisa, haciéndole una especie de nudo en la garganta con ella, y lo arrinconó contra la pared, ante la mirada atónita del resto del grupo.
- ¿Ves esta foto? ¿Recuerdas esos días? Jamás, óyeme bien, jamás de la vida volverás a contar esas historias.
- ¡Paco, ¿te has vuelto loco?! ¡Me haces daño!
- ¡Mira bien la fotografía! Estas niñas son personas que sufren, y gracias a desgraciados como tú no tienen ninguna oportunidad en la vida.
- ¡Te has vuelto loco! -intentó gritar Rogelio, con la cara más colorada que un tomate.
- Loco no, he vuelto a ser persona, algo que no puedo decir de ti.
- ¡Pero tú también fuiste allí a lo mismo que yo!- casi farfullaba en un intento de coger aire.
- Sí, pero yo me di cuenta de que estaba actuando mal y decidí hacer lo correcto. ¡Tú, en cambio, no! Por ello me das asco, ¡y no mereces vivir!
- ¡Tranquilo, Paco, tranquilo! No volveré a contar nada de nada, ¡te lo juro!
- ¡Claro que no, de eso estoy seguro!
Soltó la camisa de Rogelio dejando que pudiera respirar mejor y se alejó dos pasos.
- ¿Ves la foto?
- Sí- respondió con voz apagada Rogelio.
- Pues es la última vez que la vas a ver.
Y, diciendo esto, rompió la fotografía en varios trozos pequeños.
- ¿Recuerdas su cara? ¿Recuerdas esa cara de niña pequeña a quien le robaste parte de su inocencia? Pues dejará de ser un recuerdo para ti, jamás volverás a Cuba, jamás volverás a desgraciar una vida más.
Y dio media vuelta dirigiéndose a la puerta. Antes de salir del bar gritó:
- ¡Olvídate para siempre de mi ahijada!
*** FIN ***