Capítulo 12
15 de Marzo de 2013
- ¡Ése es Juan! -gritó Sonia con nerviosismo- ¡Viene de dentro de la casa!
- En la casa no puede haber nadie. -dijo Anselmo- Lleva mucho tiempo deshabitada.
- ¿Y cómo estás tan seguro? -dijo Paco- ¿Qué más nos ocultáis?
- Yo no oculto nada, ya sabéis a lo que he venido.
- ¿Y ese grito? -dijo Eulalia dirigiéndose a su hermano.
- Ni tú ni yo hemos visto a nadie alrededor de la casa. Ni tampoco movimiento.
- Pero alguien ha gritado desde dentro.
- Vamos a ver -dijo Paco.
- ¿Estás loco? -dijo Roberto, saliendo de su silencio- Casi me mata este cabrón y ...
- Pero no te he matado, imbécil.
- ¡Callaos los dos! -gritó Paco- Aquí tendría que estar Juan y sólo hay una forma de saber si es él quien ha gritado.
- Yo no creo que haya venido Juan -dijo Roberto- y sea quien sea quien ha gritado no merece la pena arriesgar la vida ...
- ¿Por salvarlo? -dijo Sonia- ¡Yo sé que ha sido Juan, es su voz!
Y Sonia se puso a llorar. Paco la atrajo hacia sí, rodeándola con sus brazos, la mano puesta en su cabeza y dijo:
- Vale, yo voy a entrar. Quien quiera seguirme, adelante.
Dejó a Sonia y entró en la casa. Anselmo lo miró furioso y, apretando los dientes, entró detrás de él. Su hermana le seguía.
- Roberto, por favor ...
- Está bien, está bien. Pero no contéis conmigo para heroicidades.
- Gracias.
Y entraron en la casa.
La casa por dentro estaba casi oculta por la oscuridad a que había sido relegada, cerradas y tapiadas las ventanas. Paco alargó la mano y acertó a coger un candelabro donde él recordaba que debía estar. Encendió las dos velas que habían, tardando éstas en encender por el polvo acumulado en sus mechas, iluminando poco a poco el interior de la casa.
Todo estaba tal y como lo habían dejado tiempo atrás, ningún signo de que alguien hubiera estado por allí, ni siquiera de paso. En el suelo se veían vestigios de lo que pasó aquella noche, muebles rotos, cristales en el suelo, algún trozo de ropa casi oculto por el polvo, oscuras manchas de sangre en la pared.
Salieron del salón y fueron al comedor, donde las sillas y la mesa se veían igual de oscuras que el ambiente, sólo un poco grisáceas al acercar la luz y reflejarse en el polvo que las cubría.
Volvieron a la entrada y empezaron a subir los escalones que llevaban al piso de arriba, a las habitaciones, para seguir explorando. No habían oído más gritos desde aquel último socorro y ya dudaban si realmente alguien había gritado o había sido una alucinación colectiva.
La luz que emitían las dos velas apenas iluminaban dos metros, obligando a Paco a acercarse a las paredes para descubrir los pomos de las puertas de las habitaciones. Abrió la primera puerta y no había más que oscuridad. Continuó hacia la siguiente puerta, seguido de los demás, Anselmo el primero, y abrió la puerta para encontrarse con más oscuridad.
Un crujido les sorprendió y todos miraron hacia la negrura que llevaba a la tercera habitación. En medio de esa oscuridad vieron que algo destacaba, como un reflejo de algo luminoso, amarillento y rojizo a la vez.
Se dirigieron hacia allí, descubriendo que el reflejo salía de la pequeña hendidura que servía para una llave; el reflejo había cambiado a una emanación de luz de dentro de la habitación, tornando el ambiente que les envolvía en aire caliente.
Paco, con pulso firme y decidido, posó su mano derecha en el pomo y, mientras lo giraba, un chirrido oxidado sonó ...
- En la casa no puede haber nadie. -dijo Anselmo- Lleva mucho tiempo deshabitada.
- ¿Y cómo estás tan seguro? -dijo Paco- ¿Qué más nos ocultáis?
- Yo no oculto nada, ya sabéis a lo que he venido.
- ¿Y ese grito? -dijo Eulalia dirigiéndose a su hermano.
- Ni tú ni yo hemos visto a nadie alrededor de la casa. Ni tampoco movimiento.
- Pero alguien ha gritado desde dentro.
- Vamos a ver -dijo Paco.
- ¿Estás loco? -dijo Roberto, saliendo de su silencio- Casi me mata este cabrón y ...
- Pero no te he matado, imbécil.
- ¡Callaos los dos! -gritó Paco- Aquí tendría que estar Juan y sólo hay una forma de saber si es él quien ha gritado.
- Yo no creo que haya venido Juan -dijo Roberto- y sea quien sea quien ha gritado no merece la pena arriesgar la vida ...
- ¿Por salvarlo? -dijo Sonia- ¡Yo sé que ha sido Juan, es su voz!
Y Sonia se puso a llorar. Paco la atrajo hacia sí, rodeándola con sus brazos, la mano puesta en su cabeza y dijo:
- Vale, yo voy a entrar. Quien quiera seguirme, adelante.
Dejó a Sonia y entró en la casa. Anselmo lo miró furioso y, apretando los dientes, entró detrás de él. Su hermana le seguía.
- Roberto, por favor ...
- Está bien, está bien. Pero no contéis conmigo para heroicidades.
- Gracias.
Y entraron en la casa.
La casa por dentro estaba casi oculta por la oscuridad a que había sido relegada, cerradas y tapiadas las ventanas. Paco alargó la mano y acertó a coger un candelabro donde él recordaba que debía estar. Encendió las dos velas que habían, tardando éstas en encender por el polvo acumulado en sus mechas, iluminando poco a poco el interior de la casa.
Todo estaba tal y como lo habían dejado tiempo atrás, ningún signo de que alguien hubiera estado por allí, ni siquiera de paso. En el suelo se veían vestigios de lo que pasó aquella noche, muebles rotos, cristales en el suelo, algún trozo de ropa casi oculto por el polvo, oscuras manchas de sangre en la pared.
Salieron del salón y fueron al comedor, donde las sillas y la mesa se veían igual de oscuras que el ambiente, sólo un poco grisáceas al acercar la luz y reflejarse en el polvo que las cubría.
Volvieron a la entrada y empezaron a subir los escalones que llevaban al piso de arriba, a las habitaciones, para seguir explorando. No habían oído más gritos desde aquel último socorro y ya dudaban si realmente alguien había gritado o había sido una alucinación colectiva.
La luz que emitían las dos velas apenas iluminaban dos metros, obligando a Paco a acercarse a las paredes para descubrir los pomos de las puertas de las habitaciones. Abrió la primera puerta y no había más que oscuridad. Continuó hacia la siguiente puerta, seguido de los demás, Anselmo el primero, y abrió la puerta para encontrarse con más oscuridad.
Un crujido les sorprendió y todos miraron hacia la negrura que llevaba a la tercera habitación. En medio de esa oscuridad vieron que algo destacaba, como un reflejo de algo luminoso, amarillento y rojizo a la vez.
Se dirigieron hacia allí, descubriendo que el reflejo salía de la pequeña hendidura que servía para una llave; el reflejo había cambiado a una emanación de luz de dentro de la habitación, tornando el ambiente que les envolvía en aire caliente.
Paco, con pulso firme y decidido, posó su mano derecha en el pomo y, mientras lo giraba, un chirrido oxidado sonó ...
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