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miércoles, 20 de marzo de 2013

Rompecorazones nº 1

Capítulo 1

Vanesa, la sufridora

20 de Marzo de 2013
Vanesa pasaba el día a día en su casa, saliendo únicamente para comprar lo necesario y el tiempo justo para poder mantener las tareas domésticas listas y la comida de su marido preparada.
Vivía en un mundo donde sólo existía lo que ella conocía. Se levantaba todos los días para prepararle el desayuno a su marido, le preparaba la ropa y el almuerzo y, cuando él se iba, Vanesa hacía las camas, la colada, planchaba, limpiaba las habitaciones y el baño. Salía a comprar las cosas justas y necesarias que, previamente, su marido le había indicado.
No podía salirse del dinero que le dejaba cada día, debía sobrar. Para el niño. Pero no vendría hasta que fueran los afortunados para ello. Su marido le había dicho que era cuestión de tiempo, que no dependía de ellos. Ella creía a pies juntillas a su marido. Era lo único que tenía.
A veces recordaba cosas de su pasado, sus primeros recuerdos en el orfanato, las palizas que recibía de las monjas. "Es voluntad de Dios", decían ellas. Recordaba cómo pasaba el dia limpiando y lavando, fregando y rezando. Nadie la quería adoptar y tuvo que estudiar por las noches para poder ser casada cuando tuviera una edad. Aprendió las labores de un ama de casa, de una esposa, de una madre. Aprendió a coser, a cocinar, a planchar. Aprendió a golpes, a bastonazos, a puñetazos y puntapiés. Aprendió que un golpe significaba "malo".
Se despertó de sus recuerdos y fue a comprar siguiendo la rutina que había aprendido, a golpes, durante los últimos diez años. Primero la fruta y la verdura; luego la carne o el pescado; por último, el pan. Así se mantendría caliente hasta que llegara su marido.
Volvía a casa, sin hablar con nadie, y preparaba la comida, con tiento y cuidado para que quedara perfecta. Luego limpiaba la cocina y quitaba el polvo a tiempo de llegar su marido. A veces volvía a recordar los primeros días de casada. La primera comida que preparó, su marido la tiró al suelo y le gritó, le gritó tan fuerte que aún lo escuchaba:
- ¿Esta mierda es lo que me das despues de trabajar como un mulo? ¿Qué crees que hago, descansar todo el día? Mira que mereces mil palizas por esta bazofia ...
Aún se estremecía al recordarlo.
Recordó el día que le puso especias a la comida. Entre puntapiés y puñetazos, su marido le gritaba:
- ¿Quieres matarme? No sirves ni para hacer algo tan simple. ¡Insensata! No mereces ni el nombre que llevas.
Regresó a la normalidad al oír las llaves.
- ¿Cómo te ha ido el día?
- Como siempre, no sé por qué cojones preguntas.
- La comida ya está preparada.
- Sólo faltaría que no lo estuviera, no tienes otra cosa que hacer.
- Aquí tienes lo que ha sobrado de la compra.
- ¿Sólo esto? ¿Tú quieres arruinarme? Si no fuera por el niño ...
- ¿Y cuándo tendremos ese niño?
- Tú dame de comer y no te preocupes de lo que no sabes. Con esa actitud tuya no lo tendremos pronto, seguro.
Vanesa calló y se fue a la cocina para ponerle la comida a su marido. Cuando hubo comido le retiró los platos y el marido le dijo, entre risas:
- Hoy tienes suerte, ha quedado comida para ti. Ten cuidado, no te lo comas todo de golpe no vayas a engordar.
Y profirió una fuerte risotada. Vanesa se fue con los platos a la cocina, los dejó y cogió sus útiles de costura y se puso a coser en el suelo, a los pies de su marido mientras éste leía el diario.
A veces el marido leía noticias que lo exasperaban y profería puntapiés a Vanesa mientras ella callaba y seguía cosiendo. Luego, su marido se marchaba con sus amigos y Vanesa se quedaba sola en casa.
Aprovechaba para comer los restos que le dejaba su marido, el día que se los dejaba. Limpiaba los restos de la comida, fregaba la cocina, se sentaba en el suelo y seguía cosiendo.
Por la noche, cuando llegaba su marido, ella estaba esperándolo, a la puerta, sentada en el suelo. A veces entraba y le daba una bofetada o la empujaba al suelo. Otras veces le decía que se fuera a la cama y ella iba, se quitaba el camisón y esperaba. Esperaba a oscuras que viniera su marido y cumpliera con las obligaciones maritales.
Eran unos minutos llenos de movimientos salvajes, a veces golpes violentos, siempre palabras obscenas.
Y luego la noche, la eterna y negra noche.
Su marido durmiendo y ella a su lado, despierta, con el cuerpo sudado y babeado, a veces con morados, la mente siempre pensando en si existía algo mejor, en si esta noche habrían sido bendecidos y vendría ese niño.
Con el paso del tiempo había cogido miedo a su marido. "Sólo soy yo, que hago mal las cosas", se excusaba a sí misma.
Un día, Vanesa estaba preparando la comida, como todos los días, cuando oyó las llaves en la puerta.
- Hoy has salido temprano, estoy terminando de preparar la comida.
- ¿Temprano? ¿Qué coño te pasa, esperabas a otro o qué?
- No, que hoy has llegado antes y no he terminado de preparar la comida.
- ¡Coño, la furcia no ha preparado la comida! Ven aquí que te voy a enseñar, furcia ... ¡Qué, estabas con otro, ¿verdad?! Serás puta ....
Y le dio un puñetazo en la cara.
- Joder, mira lo que me has hecho hacer ... ¡Mierda! ... si es que las buscas ...
Vanesa cayó al suelo notando cómo empezaba a salir sangre de su nariz.
- Ahora tendrás que limpiar esta mierda, no te quedes ahí.
Y la empujo con el pie. Ella no daba crédito a lo que pasaba. Se levantó como pudo y fue a la cocina a lavarse la cara. Su marido fue detrás de ella.
- ¿Esta mierda me ibas a dar?
Cogió la sartén y golpeó con ella a Vanesa, que gritó al sentir en su piel el aceite hirviendo.
- ¡Calla, so puta, que me buscas y me encuentras ... no eres más que una zorra!
Vanesa no acertaba a distinguir nada, los ojos le escocían. Se tambaleó hasta reposar en la mesa donde cortaba la carne.
- Venga, cariño, no me provoques más. Hazme algo de comer, joder, que me estás cabreando.
Vanesa apenas entendía lo que su marido le decía.
- ¿Qué cojones te pasa ahora? Mírame ... ¡Mírame, te digo! ... ¿Estás sorda, golfa? ... ¡Que vengas, te digo!
La cogió del pelo y la estiró hacia sí.
Vanesa, en un acto reflejo, quiso asirse a la mesa pero como no veía apenas a causa del aceite que le había caído en los ojos, cogió el cuchillo.
Su cuerpo fue arrastrado con fuerza hacia el cuerpo de su marido.
Él tiró con más fuerza y ella giró hasta estar frente a frente con él.
De repente se hizo el silencio.
Su marido la soltó, se tambaleó hacia atrás y se miró el abdomen.
Sangre.
Un cuchillo clavado en su vientre y de él emanaba sangre.
Miró a Vanesa y se desplomó al suelo mientras balbuceaba:
- Me has ... matado ... hija de ...
Vanesa permaneció inmóvil.
Pasados unos minutos, Vanesa notó algo dentro de sí.
Acababa de perder lo único que tenía.
Acababa de matar a su marido.
Toda su existencia desaparecía mientras su frágil, inocente e ignorante corazón se rompía.

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