La primavera
20 de Octubre de 2013
La primavera se acercaba y ahogaba nuevos sentimientos en su corazón. No recordaba la última vez que notó aquellos labios recorrer su piel; igual nunca llegó a sentirlos de verdad. Quizá fue una ilusión sacada de los múltiples libros que leía, una fantasía que la llenaba de una nostalgia que no sentía, que no era suya.
El amor era una palabra que no expresaba nada. Se decidió, pues, a buscar algo que no sabía siquiera qué era. Comenzó su cuerpo a moverse al margen de lo que ella quería hacer y recorrió largo camino antes de detenerse, exhausta, al encuentro de una fuente.
Imploró perdón a sí misma por no ser dueña de sus actos; flageló su orgullo por resistirse a vivir en comunidad; castigó su mente con falsas promesas de recobrar la naturalidad.
Una suave brisa la despertó del letargo en que estaba sumida, del trance al que había llegado y se dio cuenta que no fue más que un sueño, provocado quizá por el cambio de clima o tal vez por su soledad.
Mas pudo comprobar que no se encontraba al lado de la fuente y tampoco en su casa sino en un lugar todo de verde, con grandes árboles a lo lejos rodeando un majestuoso paraíso que no reconocía. Nunca contempló semejante belleza, nunca admiró tal armonía entre la naturaleza y ella; jamás imaginó un lugar igual de bello, lejos de sus fantásticas novelas.
Pero ahí estaba, sin duda, disfrutando, sin saber que jamás volvería a esta vida. Su cuerpo yace inerte al lado de una fuente sin agua, detrás de un basto campo, rodeando una pequeña casa repleta de libros fantasmas, cuentos de hadas, romances falsos que despojaron su alma de toda humanidad.
Ahora ella, por fin, ha alcanzado la serenidad y la felicidad que tanto anhelaba. Ella es, ahora, la primavera.
El amor era una palabra que no expresaba nada. Se decidió, pues, a buscar algo que no sabía siquiera qué era. Comenzó su cuerpo a moverse al margen de lo que ella quería hacer y recorrió largo camino antes de detenerse, exhausta, al encuentro de una fuente.
Imploró perdón a sí misma por no ser dueña de sus actos; flageló su orgullo por resistirse a vivir en comunidad; castigó su mente con falsas promesas de recobrar la naturalidad.
Una suave brisa la despertó del letargo en que estaba sumida, del trance al que había llegado y se dio cuenta que no fue más que un sueño, provocado quizá por el cambio de clima o tal vez por su soledad.
Mas pudo comprobar que no se encontraba al lado de la fuente y tampoco en su casa sino en un lugar todo de verde, con grandes árboles a lo lejos rodeando un majestuoso paraíso que no reconocía. Nunca contempló semejante belleza, nunca admiró tal armonía entre la naturaleza y ella; jamás imaginó un lugar igual de bello, lejos de sus fantásticas novelas.
Pero ahí estaba, sin duda, disfrutando, sin saber que jamás volvería a esta vida. Su cuerpo yace inerte al lado de una fuente sin agua, detrás de un basto campo, rodeando una pequeña casa repleta de libros fantasmas, cuentos de hadas, romances falsos que despojaron su alma de toda humanidad.
Ahora ella, por fin, ha alcanzado la serenidad y la felicidad que tanto anhelaba. Ella es, ahora, la primavera.
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