15 de Marzo de 2014
- CAPÍTULO TERCERO -
Sirenas. Luces. Gente apartándose. La policía seguía la pista de un asesino. Comenzó con un atraco pero sucedió de forma imprevista y el atracador resultó herido. Minutos antes de que llegara la ambulancia ya había muerto a causa de un disparo. Nadie se preocupó de identificar al agresor, sino todo lo contrario, causaban dudas respecto a la identidad del malhechor.
- Por favor, de uno en uno -anunciaba un policía.
- Era alto -dijo una señora mayor.
- Rubio y con gafas -decía uno.
- Creo que llevaba melena y era moreno, seguro -aseguraba otro.
- ¡Casi me caigo por su culpa! No me di cuenta de qué pasaba hasta que
- Por favor, dígame cómo es -quiso saber el policía.
- Pues debe medir unos dos metros, calvo y con barba.
- Eso es mentira -dijo una mujer- Tú quieres culpar a mi hermano.
- Cállate, gorda -le dijo el hombre.
- ¿Se conocen? -preguntó el policía.
- Es mi marido. Mi hermano está en Singapur, por si lo quieren comprobar. Y a ti, te pueden dar mucho por culo. Ya no vuelves a entrar en mi casa, cabrón.
- ¡Hija de puta! Yo pago el alquiler.
- Llévenselos a la comisaría dijo el teniente- Y despejen el área.
Como siempre, el teniente Juan se hallaba en casos de asesinatos u homicidios. Poniendo en seguida mi cerebro a trabajar, llamé a mi secretaria y le dije que no recibiera a nadie hasta previo aviso y que se reuniera conmigo en el Centro Comercial tan pronto hubiera acabado su horario. Estuve indagando sobre los pocos hechos que la policía me permitió descubrir, pues la escena era patética.
El atracador, un hombre de unos cuarenta años, pelo largo, lacio y oscuro, yacía en el suelo ensangrentado por su misma esencia. La gabardina ocultaba una bolsa marrón de la cual sobresalían billetes azules. De diez mil pesetas. Estaba acusado de robo, salió corriendo y se topó con nuestro hombre. Después de un breve forcejeo, recibió el disparo. El asesino lo tenía planeado: ya se conocían.
Me encontré que la gente con quien había quedado estaba bastante aterrorizada. Les propuse que me esperaran en el Rincón de Paco, bar que conocía bastante personalmente y donde servían unos cafés con verdadero sabor, mientras yo llamaba a cierta persona. Me encaminé hacia las cabinas de teléfono, descolgué con aire de quien llama a alguien importante, deposité unas monedas y marqué un número. Esperé unos segundos hasta que una voz femenina y bien cuidad atendió generosamente mi llamada.
- Hola, Gari. Felicidades por el futuro niño. ¿O será niña?
- Gracias. El médico dice que será niño. Le pondremos Carlos, como su padre.
- ¿Y quién será el padrino de la criatura?
- Tú, por supuesto.
- Ya te dije que no quería nada así. Siempre te lo he dicho. Hazme caso por una vez. Por cierto, ¿vendrás a la reunión de hoy?
- No, ya va Carlos. Ya me explicará cómo ha ido. Por cierto, da recuerdos a esta gente de mi parte. La próxima supongo que iré con el niño.
- Bueno, pues nada. Ya nos veremos. Y cuídate mucho.
- Adiós.
Volví al lugar del caso. Una persona me indicó que quien llevaba el asunto, el teniente Juan, estaba ahora mismo en el Centro. Le agradecí enormemente el dato y me encaminé para hablar con Juan, pues nos conocíamos de otras ocasiones. Esta vez se mostró hostil.
- Hola, teniente Juan. ¿Cómo van las cosas en el cuerpo?
- Hola, abogado. O se ha equivocado de sitio o es a usted a quien buscamos.
- ¿Que ha pasado algo?
- No sea tonto, bien sabe qué ha ocurrido hoy aquí.
- Bueno, le puedo asegurar que me enteré como un transeúnte más.
- Pues no pida información de clase alguna porque lo vamos a llevar en confidencialidad absoluta. Y si notamos su aliento a menos de mil kilómetros de las pruebas, le encerraremos. ¿Lo ha entendido?
- Hombre, no te pongas así. Sólo espero que soluciones tus casos.
- Por favor, despejen la plaza -inquirió uno de los policías.
- No hay nada que ver, sigan su camino -le respaldó otro.
Apenado por el cambio de actitud de Juan, fui al encuentro del grupo reparando, sin embargo, en el uniforme que, apresuradamente, se escabullía del bullicio.