15 de Abril de 2014
- CAPÍTULO CUARTO -
Era una discusión bastante acalorada. Los dos equipos rivales habían jugado la noche anterior. Los del equipo blanco se reían del delantero azul y los contrarios les elogiaban por tan malas acciones y oportunidades que desperdiciaron. Pidieron otra ronda, invitando la casa, de cervezas y zumos mientras seguían discutiendo las jugadas.
Tomé la palabra y me dirigí a todos para comunicarles mi participación secreta para hallar al asesino de hacía pocas horas.
- Bueno, gente, es sabido por todos que me encantan los misterios de esta índole, así que me he decidido a llevar a cabo una investigación, teniendo en cuenta que nosotros estábamos aquí y que más de uno podría haber visto algo que condujera a una pista.
- Lo siento por ti, querido abogado -respondió Lurdes- Nosotros también vamos a participar.
- Eso es verdad -comenzó Manolo- Y hasta sabremos más que tú antes de veinticuatro horas.
- No me forcéis que os las veréis para descifrarlo. He visto algo muy extraño. En la siguiente reunión charlaremos sobre lo que hayamos encontrado.
- Y también esperarás que, como borregos, salgamos recitando nuestros pensamientos sin que tú dirijas una pista escasa -Saltó Euli, un poco enojada- Conocido eres por todos por no revelar nunca lo que te propones. Tus pensamientos han quedado muertos para todo el mundo. Incluso los de tu familia no saben lo que piensas. ¿Crees que debemos sufrir así? Pues ahora sufrirás tú -Se dirigió a todos- A partir de ahora, si alguien tiene una pista importante que no se la revele al abogadillo hasta que no diga todo lo que sabe, ¿entendido?
- ¡Sí! -contestaron todos al unísono.
Estuvimos todavía un rato más hasta que la gente comenzó a marcharse.
Cuando quedamos sólo Carlos y yo decidimos darnos una vuelta para ver si descubríamos algo nuevo. Sin embargo, era tanta la gente que había alrededor del cordón policial que tuvimos que irnos a buscar a Juan, orgulloso y eficaz jefe de policía, que se encargaba del asunto, para hablar con él. Cuando lo encontramos se mostró, cómo no, hostil.
- ¿Qué tal estamos, metedor-de-narices-donde-no-le-llaman?
- Sólo quiero que se haga justicia, como usted.
- ¡Anda con el letrado! Ahora me trata de usted. No tienes ni idea de dónde te has metido. Tú y tu banda de metomentodos sois sospechosos de asesinato.
- Bueno, verás, tengo entendido que, antes de declarar ningún juicio, debes interrogar a la gente que estaba aquí cuando ocurrieron los hechos.
- Veo que sabes de leyes.
- Soy abogado.
- Y, supongo, que sabrás qué he de hacer ahora.
- Revisar el lugar del crimen en busca de alguna prueba concluyente, o algún rastro o pista.
Después de decirle aquello, el teniente se puso rojo de ira y, sin reparo alguno, nos echó del lugar casi a patadas. Naturalmente, nos lo tomamos con mucha calma y serenidad, para que la gente no estuviera mirando, y nos dirigimos al trabajo de David, esperando poder hablar con él.
Sentados en la cafetería nos saludó una amable pelirroja con los ojos color miel, bien formada, que nos comentó la gran oportunidad de tomarnos lo que quisiéramos gratis. Ya que no queríamos arriesgarnos, le rechazamos cortésmente la oferta.
Por la puerta del edificio salía velozmente Nacho, algo asustado.
Tomé la palabra y me dirigí a todos para comunicarles mi participación secreta para hallar al asesino de hacía pocas horas.
- Bueno, gente, es sabido por todos que me encantan los misterios de esta índole, así que me he decidido a llevar a cabo una investigación, teniendo en cuenta que nosotros estábamos aquí y que más de uno podría haber visto algo que condujera a una pista.
- Lo siento por ti, querido abogado -respondió Lurdes- Nosotros también vamos a participar.
- Eso es verdad -comenzó Manolo- Y hasta sabremos más que tú antes de veinticuatro horas.
- No me forcéis que os las veréis para descifrarlo. He visto algo muy extraño. En la siguiente reunión charlaremos sobre lo que hayamos encontrado.
- Y también esperarás que, como borregos, salgamos recitando nuestros pensamientos sin que tú dirijas una pista escasa -Saltó Euli, un poco enojada- Conocido eres por todos por no revelar nunca lo que te propones. Tus pensamientos han quedado muertos para todo el mundo. Incluso los de tu familia no saben lo que piensas. ¿Crees que debemos sufrir así? Pues ahora sufrirás tú -Se dirigió a todos- A partir de ahora, si alguien tiene una pista importante que no se la revele al abogadillo hasta que no diga todo lo que sabe, ¿entendido?
- ¡Sí! -contestaron todos al unísono.
Estuvimos todavía un rato más hasta que la gente comenzó a marcharse.
Cuando quedamos sólo Carlos y yo decidimos darnos una vuelta para ver si descubríamos algo nuevo. Sin embargo, era tanta la gente que había alrededor del cordón policial que tuvimos que irnos a buscar a Juan, orgulloso y eficaz jefe de policía, que se encargaba del asunto, para hablar con él. Cuando lo encontramos se mostró, cómo no, hostil.
- ¿Qué tal estamos, metedor-de-narices-donde-no-le-llaman?
- Sólo quiero que se haga justicia, como usted.
- ¡Anda con el letrado! Ahora me trata de usted. No tienes ni idea de dónde te has metido. Tú y tu banda de metomentodos sois sospechosos de asesinato.
- Bueno, verás, tengo entendido que, antes de declarar ningún juicio, debes interrogar a la gente que estaba aquí cuando ocurrieron los hechos.
- Veo que sabes de leyes.
- Soy abogado.
- Y, supongo, que sabrás qué he de hacer ahora.
- Revisar el lugar del crimen en busca de alguna prueba concluyente, o algún rastro o pista.
Después de decirle aquello, el teniente se puso rojo de ira y, sin reparo alguno, nos echó del lugar casi a patadas. Naturalmente, nos lo tomamos con mucha calma y serenidad, para que la gente no estuviera mirando, y nos dirigimos al trabajo de David, esperando poder hablar con él.
Sentados en la cafetería nos saludó una amable pelirroja con los ojos color miel, bien formada, que nos comentó la gran oportunidad de tomarnos lo que quisiéramos gratis. Ya que no queríamos arriesgarnos, le rechazamos cortésmente la oferta.
Por la puerta del edificio salía velozmente Nacho, algo asustado.
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