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miércoles, 20 de agosto de 2014

Fantasías nº 7

Encuentro sexual

20 de Agosto de 2014

Diario de mis memorias, perdidas hace tiempo...

Hoy, un día cualquiera en la historia de mi vida, me encontré con alguien a quien creí especial. Era ella, la que prendó y encandiló todos mis sentidos. Ella, de quien necesitaba su aliento para tener el mío propio. Ella, quien se insinuaba día tras día y quien, día tras día, me rechazaba.

Hoy ya no pude más. Ahí estaba ella, con su esbelta figura y sus carnosos labios, ladeando la mirada hacia donde me encontraba. No lo dudé:

- Necesito tu ayuda un momento, la fotocopiadora se ha estropeado.

Sin dejarle apenas tiempo de reaccionar la empujé al cuarto y cerré tras de mí la puerta con el pestillo.
Ella comenzó a ponerse nerviosa, mirándome y luego bajando la vista. Entonces me lancé. La cogí por la cintura, suave pero firme y le besé en el cuello. Ella al principio quiso zafarse de mí pero, como por un capricho del destino, me abrazó fuerte y me pidió que no parara.

Poco a poco fui bajándole la cremallera del vestido rojo que llevaba el cual dejaba entrever unos senos bien formados a la vez que sensuales. Sin siquiera darnos cuenta comenzó a hacer calor dentro de la estancia, nuestros cuerpos comenzaron a enlazarse mientras nuestras ropas se deshacían por el sudor de nuestra piel.

Ella estiraba de mi camisa y yo rasgaba delicadamente su vestido, rozando cada fibra de su piel dorada por el reflejo que la luz de aquella habitación emanaba hacia nosotros.

Al fin, la tuve desnuda delante mío. Su cuerpo era un inmenso placer por descubrir, cada curva, cada pulgada deseaba ser lamida poco a poco, despacito, con la calma que demanda un cuerpo ávido de sexo. Bajé por el cuello hacia sus senos, disfrutando a cada momento de ese sabor tan delicioso que aún conservo en la punta de mi lengua. Me detuve unos instantes ante ese pezón que se erigía fuerte y sensible ante aquella montaña bien formada.

Continué explorando su cuerpo, primero en el esternón, luego recorriendo uno a uno los huecos que sus costillas dejaban al tacto con el frío. Bajé hacia su vientre y noté que ella comenzaba a exhalar entre gemidos de placer. Me entretuve dando lametones suaves y cortos alrededor de ese ombligo que, tiempo atrás, la unió a la mujer de quien heredó tanta belleza. Ella gemía, me tiraba del pelo y me empujaba la cara hacia su sexo, apremiándome a llenarlo de mis caricias y mis besos.

Así hice, separándole los labios con suavidad. Busqué ese diminuto punto que tanto excita a la vez que se sensibiliza en extremo. Sólo con el leve susurro de un respiro se le erizó la piel y los ojos se le entornaron. Le introduje poco a poco la lengua, notando la humedad que su cavidad me indicaba pronta a un orgasmo y la moví, en todas direcciones, arriba, abajo, a un lado, en círculos.

Le introduje un dedo y ella dejó escapar un leve gemido, su cuerpo tembló y comenzó a jadear, primero suave, luego más fuerte, mientras yo movía mis dedos dentro de esa vagina llena de excitación cada vez más rápido sin perder la suavidad del roce.

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