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miércoles, 5 de diciembre de 2012

El Poeta Errante nº 6



El Sexto sentido... desde muy lejos
5 de Diciembre de 2012


Ha pasado el tiempo del amor…”, cantaba Nicola di Bari, más querido por extranjeros que por los de su tierra. Y es que, como todo buen artista, hay que morir joven para ser reconocido, hay que emigrar para que te valoren, hay que desaparecer de la vida de alguien para que se den cuenta de lo especial que eres.
Tengo yo mis sentidos puestos en lo que hago, pues tiempo tengo de sobras. Y no sé si sabré sumar pues ya decía mi madre que algún sentido me falta. Pero no logro discernir cuál será.
De la vista hace tiempo que me di cuenta que es un sentido importante. Las lentes que me permiten ver un poco mejor a tres pasos me lo recuerdan todos los días, cuando me levanto por la mañana y tropiezo con la misma pared. ¿O quizá es que me levanto dormido?
Del oído también tengo entendido que es importante conservarlo. Me encanta recibir esas mágicas ondas llamadas música y sentir en mi interior como una paz y un sosiego que pocos masajes han intentado conseguir.
Muy importante el gusto, el sabor, el disfrutar de delicias como carnes o pescados bien sazonados, patatas asadas, jugosos tomates, excelentes vinos. Hace mucho tiempo que lo perdí, desde que empecé a fumar, allá cuando era jovencillo (aunque en mi mente sigo siéndolo).
Curiosamente, el tabaco no me ha arrebatado completamente el sentido del olfato. Para las cosas maravillosas sí que me es casi imposible descifrar sus olores, sus fragancias. Para aquellos elementos que desprenden un hedor casi indescriptible, mi varicilla está más que despierta, absorbe todo lo que puede y lo envía a mi pobre cerebro (así lo tengo, pobrecillo).
Por último, hay un sentido que, valga la redundancia, da sentido a la concepción misma del espacio y del cuidado. El tacto me permite tanto recorrer una superficie y descubrir sus zonas lisas y las que no lo son como caminar a oscuras y saber cuándo he llegado a la esquina. Además, es gratificante la sensación que produce pasar la mano sobre la mejilla de alguien querido, recoger esa lágrima con el nudillo de uno de nuestros dedos, descubrir su figura gracias a las yemas de nuestros dedos, sentir un corazón ajeno palpitando pecho contra pecho.
Pues sí, desde muy lejos he sentido que un sexto tornillo me faltaba. ¡Cuánta razón tienen las madres! Espero que no me lo dejara en su casa, seguro que diría: "Un día te dejarás la cabeza y no sabrás dónde”.
 
El Poeta Errante

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