Introducción
25 de Enero de 2013
Como cada día, puntual, sonó el despertador con su vibrante e insistente sonido, esperando que la mano que le da cuerda todos los días le increpe para apagar su voz hasta la siguiente llamada a la realidad.
Como cada día, se levantó apresurado para ir a trabajar. Trasnochar no le sentaba demasiado bien pero el insomnio se había agudizado por el repentino calor. Aprovechaba entonces para recorrer las calles, casi vacías a esas horas, observar las pocas personas que deambulaban y tomarse una o dos copas hasta que el cuerpo le indicara que estaba preparado para descansar.
Como cada día, casi como un ritual, se levantó, preparó el desayuno, se aseó, se vistió, recogió las cosas que tenía por medio y salió del piso, no sin antes conectar la alarma. Bajó al garaje, se metió en el coche y salió a velocidad prudencial hacia la calle.
Como cada día, condujo por el entramado de calles de la ciudad, fue por la gran avenida, subió casi al final de una inclinada calle y aparcó el coche. Entró en un gran edificio decorado externamente por blanca fachada y coloridos vidrios donde se podía leer "Hotel Descansillo".
Como cada día, se dispuso a realizar su diario trabajo, con sus rutinas marcadas y sus tareas bien distribuidas, cambiándose de ropa para tal efecto y desconociendo el final de un día que no iba a ser como los demás.
Como cada día, se levantó apresurado para ir a trabajar. Trasnochar no le sentaba demasiado bien pero el insomnio se había agudizado por el repentino calor. Aprovechaba entonces para recorrer las calles, casi vacías a esas horas, observar las pocas personas que deambulaban y tomarse una o dos copas hasta que el cuerpo le indicara que estaba preparado para descansar.
Como cada día, casi como un ritual, se levantó, preparó el desayuno, se aseó, se vistió, recogió las cosas que tenía por medio y salió del piso, no sin antes conectar la alarma. Bajó al garaje, se metió en el coche y salió a velocidad prudencial hacia la calle.
Como cada día, condujo por el entramado de calles de la ciudad, fue por la gran avenida, subió casi al final de una inclinada calle y aparcó el coche. Entró en un gran edificio decorado externamente por blanca fachada y coloridos vidrios donde se podía leer "Hotel Descansillo".
Como cada día, se dispuso a realizar su diario trabajo, con sus rutinas marcadas y sus tareas bien distribuidas, cambiándose de ropa para tal efecto y desconociendo el final de un día que no iba a ser como los demás.
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