El Columnista
5 de Junio de 2013
Sorprende ver la reacción humana ante las noticias, en especial cuando abarcan ámbitos poderosos y reconocidos. La integridad queda expuesta y los verdaderos rostros salen a la luz.
En una sociedad que se autoproclama aconfesional y que alzó su voz en múltiples ocasiones en contra de ciertos reconocimientos y hechos, es ingrato ver cómo se retracta de lo dicho, recula en sus convicciones y adula lo que, tiempo atrás, declaró enemigo.
Es cierto que el hombre no sólo se alimenta de forma física sino también de un modo mental o espiritual, aunque haya quien diga lo contrario. Y muchos han de alimentarse mediante la meditación de sus actos y el remordimiento de sus contradicciones, para poder convivir con sus vecinos y, más importante, con ellos mismos.
Así, no tienen cabida juicios moralistas, opiniones desde la ignorancia y menosprecios gratuitos pues "quien a hierro mata, por fuerza, a hierro ha de perecer".
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