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sábado, 15 de junio de 2013

El Secreto nº 15


Capítulo 15
15 de Junio de 2013



El Salmerín cinco años atrás.

Tomás llegó puntual al Salmerín, donde había quedado con Roberto. Llevaba una sonrisa de satisfacción por lo que había hecho, esta vez lo recordaba y le había gustado. La zorra de Ana se lo merecía y a Paco le estaba preparando algo peor.

Sólo esperaba que Roberto le ayudara puesto que odiaba a Paco casi tanto como él.

Llegó al porche y subió los cuatro escalones hasta la puerta y tocó el timbre. Roberto abrió la puerta.

- Hola Tomás.
- Hola Roberto.
- Pasa, pasa.

Tomás cruzó el dintel de la puerta, con paso tranquilo y seguro. Roberto cerró la puerta y le indicó a Tomás que fuera al comedor.

Nada más cruzar el umbral, Tomás recibió un violento puñetazo en la cara y cayó de espaldas al suelo, un grito en el aire, sangre en la nariz.

- ¡Oh, mierda! -gritó Tomás llevándose la mano a la cara.

Del comedor salío la figura de Juan, agitando su mano derecha, revelándose autor de aquel puñetazo.

- ¡Tú! -exclamó Tomás- ¿Estás loco, hijo de perra?
- Considéralo un saludo de bienvenida.
- ¡Serás ...!
- ¡Cállate Tomás! -dijo Roberto.
- A partir de ahora hablamos nosotros -siguió Juan.
- Pero, ¿qué pasa aquí?
- Eso nos lo explicas tú, ¿verdad?
- Contigo no hablo, hijo de ...
- Vigila tus palabras, que pueden ser las últimas.
- Tú eliges -dijo Roberto- en nuestras manos o en las de la policía.
- ¡No tenéis nada contra mí, cabrones!
- ¿Y por qué estás nervioso ahora? -preguntó Juan.
- Nervioso y sudoroso -dijo Roberto.
- Y mentiroso -agregó Juan.

Tomás se levantó del suelo, aún temblando por el golpe recibido, entre los dos hermanos. Miró a uno y miró al otro, buscando una posible escapatoria.

- Creo que hemos empezado con mal pie -dijo, esbozando una sonrisa que quería parecer cordial.
- Tienes razón.

Una voz salió del comedor, haciendo que Tomás se estremeciese al oírla.

Juan se movió hacia su hermano creando ambos una barrera entre la puerta y Tomás, dejando libre la entrada del comedor.

- Tienes, por primera vez en tu vida, toda la razón.

Dichas estas palabras, apareció Paco en el umbral de la entrada del comedor. Su aspecto bien podía ser el de un superviviente a un accidente trágico, morados y cicatrices en la cara, dolor en sus ojos, muñecas marcadas.

- ¡Mierda! -exclamó Tomás.
- ¡Defiéndete, cabrón! -gritó Roberto mientras se abalanzaba contra Tomás.

Éste se giró con sorpresa alzando el brazo derecho y golpeando a Roberto en la cara. Juan se lanzó dándole un puntapié a Tomás en el costado, golpe que recibió inclinándose de dolor.

Paco aprovechó para golpearle la cara con certeros puñetazos, a la par que Juan golpeaba su vientre y sus costillas. Tomás cerró los ojos y lanzó puñetazos y puntapiés al aire, acertando alguno en Juan, algún otro en Paco.

La escena se tornó en una encarnizada lucha en que ninguno de los combatientes daba su brazo a torcer. Roberto seguía en el suelo, una mano en la cara, un quejido en el aire.

Muestras de dolor y rabia se mostraban en sus rostros, gritos e improperios salían de sus bocas, sangre salía despedida al suelo y a las paredes.

En un momento, Tomás esquivó un puñetazo de Juan agachándose y Paco aprovechó para darle un rodillazo en su cara, golpeándole después con el puño, descargando una rabia incontenible.

Tomás cayó al suelo al mismo tiempo que Roberto se recuperaba del golpe sufrido en la cara. Aprovechó para patear su cuerpo caído, ora en las piernas, ora en las costillas.

- Roberto, ya ha caído -dijo Juan.
- Ya lo veo.

Y le dio un puntapié en la cabeza, golpe que recibió sin emitir sonido alguno.

Paco y Juan se miraron y asintieron a la vez, sabiendo lo que iban a hacer. Entre los tres cogieron el cuerpo inerte de Tomás y lo llevaron a través de los restos esparcidos que mostraban la lucha que allí había acaecido. Lo sacaron a la parte de atrás, donde un gran vacío se formaba alrededor de unos altos hierbajos descuidados por el tiempo.

En medio de ese claro había gran cantidad de leña apilada, creando una base para el poste que se erigía en el centro. Llevaron a Tomás allí y lo ataron al poste de forma que se mantuviese recto y no pudiera escapar.

Esperaron hasta que se despertó; Juan cogió un bidón de gasolina y empezó a rociar la madera y las ropas de Tomás.

- ¿Qué pasa? -preguntó Tomás.
- Vas a arder en el infierno -dijo Paco, con una sombra de profundo odio en los ojos.
- ¿Qué? ¡Cabrones!
- Grita, grita, que nadie te oye.
- ¡Sois unos cobardes!
- ¡Cobarde tú, que mataste a mi hermana a sangre fría!
- ¡No era tu hermana, era tu putita!
- ¡Cabrón!

Paco golpeó la cara de Tomás con un puñetazo cargado de rabia e ira, haciéndole escupir un buen chorro de sangre acompañado de un diente.

- Lo merecía -masculló Tomás.

Paco le volvió a golpear, esta vez con un palo que había preparado a modo de antorcha.

Juan encendió el extremo del palo que sujetaba Paco, que tenía un trapo bien atado bañado en gasolina para que se mantuviera ardiendo.

Paco miró por última vez a Tomás, un atisbo de satisfacción en sus ojos y encendió la hoguera.

El trinar y revolotear de una bandada de pájaros junto con el ruido de las llamas al quemar la madera disimularon los gritos de un encendido Tomás.


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