El Columnista nº 10
5 de Febrero de 2014
Los cielos ya no son admirados como lo fueron antaño. Ahora ya no brillan los luceros que inspiraban bellas palabras o emocionantes amoríos.
Ahora los cielos están cubiertos por el producto de generaciones, la polución del desarrollo y las tecnologías absorbentes.
Ya no habrá más melancolía siquiera al pasear por la playa, plagada de desechos y basura o llena de incívicos jóvenes que se dan a los vicios a tempranas edades.
Y los montes han dejado de ser lugares apacibles donde poder admirar la naturaleza, ahora calcinada por los llamados errores humanos.
Hemos destrozado la belleza de la vida y nos autoproclamamos inteligentes pero no mostramos tal don cuando la tierra brama en nuestra contra o cuando los mares nos castigan por los vertidos y las infamias.
Acabaremos regresando algún día a los viejos hábitos, volveremos a poblar las llanuras de colorida vegetación y tendremos los pastos verdes para que los animales retocen en él.
Al menos, los sueños nadie nos los puede quitar.
Ahora los cielos están cubiertos por el producto de generaciones, la polución del desarrollo y las tecnologías absorbentes.
Ya no habrá más melancolía siquiera al pasear por la playa, plagada de desechos y basura o llena de incívicos jóvenes que se dan a los vicios a tempranas edades.
Y los montes han dejado de ser lugares apacibles donde poder admirar la naturaleza, ahora calcinada por los llamados errores humanos.
Hemos destrozado la belleza de la vida y nos autoproclamamos inteligentes pero no mostramos tal don cuando la tierra brama en nuestra contra o cuando los mares nos castigan por los vertidos y las infamias.
Acabaremos regresando algún día a los viejos hábitos, volveremos a poblar las llanuras de colorida vegetación y tendremos los pastos verdes para que los animales retocen en él.
Al menos, los sueños nadie nos los puede quitar.
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