Últimos Pensamientos
Duerme plácidamente
25 de Febrero de 2014
Duerme plácidamente mi niña, duerme plácidamente.
Duerme y no muestra sorpresa alguna, quizá no llega al sueño. Las inquietudes han desaparecido de su rostro y se muestra serena, totalmente diferente a cuando está despierta.
Duerme plácidamente mientras observo su rostro angelical, aquél que me enamoró, aquél que logró de mí un "sí, quiero". Poco sabe ella de mis sentimientos, cree lo que quiere y lo que le muestro. Ella no lo sabe. O lo sabe pero no quiere creerlo.
Duerme plácidamente mientras yo contemplo su postura, desnudo su cuerpo sobre el lecho, recorriendo con la mirada su figura. Cuántas veces fue mío ese cuerpo y cuántas más dejó de serlo.
Duerme plácidamente mientras yo recuerdo los años pasados, desde los inicios, ese beso a traición, esas caricias furtivas, ese deseo oculto. Cómo pudo la necesidad mantenerme a su lado es una pregunta eterna, siempre sin respuesta.
Duerme plácidamente y sus gritos y desprecios vuelven a clavarse en mí como afiladas dagas preparadas para la cacería. El enfado súbito, el rechazo inmediato y el posterior olvido se convirtieron en una rutina en la que no quería estar y de la que no sabía salir.
Duerme plácidamente y una mueca muestra en su rostro, la boca girada, un gruñido sordo que se repite en mis recuerdos. Todo para ella y nada para mí, ni siquiera un tiempo en que recogerme mientras ella practicaba sus, ya usuales, monólogos sobre la felicidad y lo que ella esperaba de la vida.
Duerme plácidamente y su respiración se va acelerando, dejando un sonoro ir y venir de aire y vida. Las mentiras, los engaños, las faltas de respeto, posteriores crisis de ansiedad, todo junto, aunque por separado, han ido haciendo desnivelar la balanza del amor-odio, transformando, momento a momento, todos aquellos recuerdos bellos por frustraciones y vejaciones mentales, dejando vencedor al odio por encima del resto.
Duerme plácidamente y sus pensamientos no son testigos de la realidad, no perciben los movimientos a su alrededor, son ajenos a toda acción. Su delicado cuello cambia paulatinamente de color, se torna en morado mientras va exhalando un último aliento de vida, decelerando el corazón.
Bajo la presión que ejercen mis dedos sobre su cuello empiezo a vivir mientras ella, muriendo, duerme plácidamente.
Duerme y no muestra sorpresa alguna, quizá no llega al sueño. Las inquietudes han desaparecido de su rostro y se muestra serena, totalmente diferente a cuando está despierta.
Duerme plácidamente mientras observo su rostro angelical, aquél que me enamoró, aquél que logró de mí un "sí, quiero". Poco sabe ella de mis sentimientos, cree lo que quiere y lo que le muestro. Ella no lo sabe. O lo sabe pero no quiere creerlo.
Duerme plácidamente mientras yo contemplo su postura, desnudo su cuerpo sobre el lecho, recorriendo con la mirada su figura. Cuántas veces fue mío ese cuerpo y cuántas más dejó de serlo.
Duerme plácidamente mientras yo recuerdo los años pasados, desde los inicios, ese beso a traición, esas caricias furtivas, ese deseo oculto. Cómo pudo la necesidad mantenerme a su lado es una pregunta eterna, siempre sin respuesta.
Duerme plácidamente y sus gritos y desprecios vuelven a clavarse en mí como afiladas dagas preparadas para la cacería. El enfado súbito, el rechazo inmediato y el posterior olvido se convirtieron en una rutina en la que no quería estar y de la que no sabía salir.
Duerme plácidamente y una mueca muestra en su rostro, la boca girada, un gruñido sordo que se repite en mis recuerdos. Todo para ella y nada para mí, ni siquiera un tiempo en que recogerme mientras ella practicaba sus, ya usuales, monólogos sobre la felicidad y lo que ella esperaba de la vida.
Duerme plácidamente y su respiración se va acelerando, dejando un sonoro ir y venir de aire y vida. Las mentiras, los engaños, las faltas de respeto, posteriores crisis de ansiedad, todo junto, aunque por separado, han ido haciendo desnivelar la balanza del amor-odio, transformando, momento a momento, todos aquellos recuerdos bellos por frustraciones y vejaciones mentales, dejando vencedor al odio por encima del resto.
Duerme plácidamente y sus pensamientos no son testigos de la realidad, no perciben los movimientos a su alrededor, son ajenos a toda acción. Su delicado cuello cambia paulatinamente de color, se torna en morado mientras va exhalando un último aliento de vida, decelerando el corazón.
Bajo la presión que ejercen mis dedos sobre su cuello empiezo a vivir mientras ella, muriendo, duerme plácidamente.
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