El ermitaño
1 de Agosto de 2016
Me llaman el Ermitaño.
He vivido mil vidas y viviré otras mil más.
Desde que me dediqué a vivir solo y sin compañía, siglos atrás, nunca imaginé que algo así podría pasar.
Sí, las ciencias y los rituales estaban a la orden del día pero apenas empezaban a definirse.
Fui apartado de mi gente siendo muy joven y nunca supe el motivo de ello. Tampoco me preocupó en demasía. Conseguí vivir una vida libre de imposiciones y de unas reglas que empezaron a formar lo que hoy conocemos como sociedad.
Así viví por mucho tiempo hasta el día en que sentí que la vida empezaba a escapárseme. Volví al poblado y descubrí el apodo por el que ahora se me conoce. Así que vagué por los senderos que comunicaban los refugios de mis antiguos vecinos, descansando a veces, pidiendo comida otras.
Apenas se acercaban a mí, siempre murmurando, y si me daban algo, me lo tiraban y marchaban riéndose.
Hasta el día en que aquella joven se me acercó.
Con su cálida sonrisa tomó mi mano y, durante un instante parecido a una eternidad, me sentí como nunca antes, lleno de felicidad y regocijo. Al momento vi cómo la joven enfrente mío empezaba a envejecer mientras nuestras manos seguían unidas: la suya arrugándose y la mía rejuveneciendo.
Ella exhaló por última vez y me quedé ahí, con su mano en la mía.
No me di cuenta de lo que realmente había ocurrido hasta que pasó uno del pueblo y me dijo:
- Muchacho, ¿se encuentra bien tu abuela?
A partir de entonces vagué por el mundo y fui envejeciendo. Donde acababa pedía limosna o comida y gracias a más de un alma caritativa pude rejuvenecer. Siempre a costa de la vida de esas bellas personas.
Y ahora me encuentro aquí, frente a una civilización de cemento y rascacielos que ha escrito mil historias de inmortales y me pregunto si, por fin, encontraré la forma de apagar esta vida que es el cúmulo de cientos más.
He vivido mil vidas y viviré otras mil más.
Desde que me dediqué a vivir solo y sin compañía, siglos atrás, nunca imaginé que algo así podría pasar.
Sí, las ciencias y los rituales estaban a la orden del día pero apenas empezaban a definirse.
Fui apartado de mi gente siendo muy joven y nunca supe el motivo de ello. Tampoco me preocupó en demasía. Conseguí vivir una vida libre de imposiciones y de unas reglas que empezaron a formar lo que hoy conocemos como sociedad.
Así viví por mucho tiempo hasta el día en que sentí que la vida empezaba a escapárseme. Volví al poblado y descubrí el apodo por el que ahora se me conoce. Así que vagué por los senderos que comunicaban los refugios de mis antiguos vecinos, descansando a veces, pidiendo comida otras.
Apenas se acercaban a mí, siempre murmurando, y si me daban algo, me lo tiraban y marchaban riéndose.
Hasta el día en que aquella joven se me acercó.
Con su cálida sonrisa tomó mi mano y, durante un instante parecido a una eternidad, me sentí como nunca antes, lleno de felicidad y regocijo. Al momento vi cómo la joven enfrente mío empezaba a envejecer mientras nuestras manos seguían unidas: la suya arrugándose y la mía rejuveneciendo.
Ella exhaló por última vez y me quedé ahí, con su mano en la mía.
No me di cuenta de lo que realmente había ocurrido hasta que pasó uno del pueblo y me dijo:
- Muchacho, ¿se encuentra bien tu abuela?
A partir de entonces vagué por el mundo y fui envejeciendo. Donde acababa pedía limosna o comida y gracias a más de un alma caritativa pude rejuvenecer. Siempre a costa de la vida de esas bellas personas.
Y ahora me encuentro aquí, frente a una civilización de cemento y rascacielos que ha escrito mil historias de inmortales y me pregunto si, por fin, encontraré la forma de apagar esta vida que es el cúmulo de cientos más.
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