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miércoles, 15 de enero de 2014

Novela en capítulos cortos nº 1

15 de Enero de 2014

- CAPÍTULO PRIMERO -

Era una extraña tarde invierno. El cielo se cerraba con una creciente oscuridad. La gente ultimaba sus compras en pos del año nuevo. Nadie quería quedarse sin las uvas, que estaban caras pues ese año había sido malo para las cosechas: días llenos de agua como los océanos  o días secos como un desierto. Pero la gente compraba con ese afán que tanto caracteriza al género humano del resto de las especies.

Veíame al lado de Correos intentando disimular mi sorpresa cuando apareció aquella mujer. Con su diminuta piñada escondida por una sonrisa áspera como las arrugas de su frente pasaba desapercibida de todos. No hacía más que hablar a aquellos que la rodeaban sin saber siquiera de su vida. Durante un rato estuvo jugando en una de las grandes del “doble-o-nada”. Gastó más de lo que recibió y jugó lo que ganó. Llegado a tal punto dejó la máquina y se fue al estanco a comprar tabaco y unos sellos pues quería mandar cuanto antes unas felicitaciones navideñas. La familia no se acordaría de ella pero insistiría. Mientras, fuera, caía la nevada. Se cubrían los rascacielos de blanco presagio y la gente se arropaba por el helado frío.

Tomando unos cafés y charlando sobre nuestras respectivas vidas estábamos al resguardo de la nieve, en aquel café.

- Carlos, ¿cómo te va la vida, chico? Parece que te hayan atropellado con un carrito de la compra.
- No me cuentes, tío, he venido de hacer una llamada al trabajo y me han dicho que hasta Febrero no puedo pasarme otra vez. Han puesto un sustituto que, según parece, es mejor que yo. No sé qué hacer para ganar dinero. Mi mujer, Gari, va a dar a luz dentro de poco y, como no tenga trabajo, me las veo y me las deseo para sacar adelante mi familia.
- Supongo que te interesará la oferta que te haré.
- ¿Cuál es?
- Que trabajes conmigo como ayudante. No tendrás contrato ni avales pero te pagaré. Necesito alguien que me acompañe los días que no tengo nada que hacer. Los días ágiles necesito un chófer y tú, si me acuerdo mal, eres un chófer titulado.
- Bueno, supongo que sí, pero déjame consultarlo con Gari. Quiero que lo sepa. Ya sé que confía en ti pero necesito hablar con ella.
- Tranquilo, hasta dentro de unas dos semanas no creo que tenga nada entre manos. Y tú, David, ¿por qué tienes esa sonrisa en la cara?
- ¿Puede ser por un aumento de sueldo acompañado de un ascenso o es que me estoy volviendo majareta por momentos? ¡Soy el jefe de mi empresa!
- Pues ya sabes, hermano, -replicó Carlos- ahora estoy en el paro y necesito algo que me ocupe el día. Si no resulta lo del abogado necesitaré ayuda del empresario. Y no me gustaría tener que pedir el reemplazo en el cuerpo de chóferes de limusinas.
- No te preocupes, hermano, hablaré con mi feje y obtendré permiso de aquí a dos semanas para renovar la plantilla. ¡Hay una pandilla de gandules impresionante! Están cobrando más de veinte de los grandes sólo por comer un bocadillo, revisar las máquinas y hacer bulto. Ahora que yo podré rascarme los zapatos y humillar a los que están debajo de mí haré lo que siempre he creído que se debía haber hecho.
- Y, sobre todo, te apoderarás de un abogado, por las trifulcas. –Señalé yo.
- No me olvidaré de medir cautelosamente las dos bazas, si a eso te refieres. No haré ningún despido injustificado ni echaré a nadie necesitado del dinero. Pero los gorrones que lamen los culos de los jefes por no hacer nada y se ganan la simpatía de ellos, a esos sí que les pondré bien prietos lo pantalones. Se creerán que son toreros de lo ajustados que los llevarán.
- Bueno, -remarqué- ya es hora de ir saliendo que llevamos más tiempo aquí que los camareros. David, dale una propina módica, como de veinte duros. Mañana pago yo.

Con esto nos levantaron los tres y nos dirigieron a la salida. Sin embargo, al llegar a ella, David se dio cuenta que se le había olvidado la chaqueta. Al ir a recogerla no reparó en la mujer que le miraba con ansia de ligárselo.

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