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miércoles, 25 de abril de 2012

El Paseante nº 3


El Paseante
nº 3
25 de Abril de 2012

Es de noche y “El Paseante” aprovecha para recorrer las calles de la ciudad. Tranquilo y despreocupado, con la seriedad que le caracteriza, ve cómo llegan algunos del trabajo, conduciendo sus coches a las zonas de aparcamiento o a cocheras propias.
Hay que dejar que las máquinas también descansen.
Tres hombres se despiden en una esquina. Uno toma el camino de la derecha; otro cruza a la acera de enfrente y se aleja de los otros dos; el tercero hace una llamada, intercambia unas palabras y, después de guardar el teléfono, camina en dirección a “El Paseante”.
Al pasar a su lado intenta disimular que lo está observando y juzgando. Acelera el paso creyendo que “El Paseante” no se ha dado cuenta. Pero “El Paseante” se entera de todo, es un observador nato que sabe incluso secretos que nadie ha contado.
Al llegar a la esquina ve a su izquierda, a unos veinte metros de distancia, un hombre que está amenazando a una mujer. “Otra vida que salvar”, piensa “El Paseante” mientras se dirige hacia ellos.
- ¡Dame lo que llevas, rápido!
- ¡Socorro, que alguien me ayude!
- ¡Cállate!
Al son del grito, el hombre abofetea a la mujer dos veces. Al alzar la mano por tercera vez, “El Paseante” le coge la muñeca y lleva el brazo del hombre hacia atrás, provocando que se retuerza, momentáneamente, de dolor.
- ¡Suéltame, cabrón!
- Vigila tus palabras… y tus actos.
La voz de “El Paseante” no muestra más que un serio registro de voz, autoritario y firme.
- ¡Te arrepentirás…!
- Tú sí que debes arrepentirte…
Un sonido seco que rompe el resto del silencio de la calle no le deja acabar la frase.
“El Paseante” suelta la mano derecha del hombre y ve que en la izquierda sostiene una pistola.
La mujer profiere un chillido y los tres ven cómo sale sangre del agujero en el pecho que tiene “El Paseante”…

domingo, 15 de abril de 2012

El Secreto nº 1

Capítulo 1

15 de Abril de 2012
- ¡Discúlpeme, señor! -dijo Marta casi en un grito.
- ¿Disculparte, por qué? -respondió Paco- ¿Acaso lo has hecho a propósito?
- ¡No, señor! Tropecé sin darme cuenta y ...
- Entonces, no tienes porqué pedir disculpas. Tropezar es humano y una gota de vino en mi camisa no me va a matar -dijo Paco esbozando una cordial sonrisa.
Marta, cabizbaja, comenzó a ruborizarse por el trato tan amable que le estaba dando ese señor que sólo conocía de verlo asiduamente. Le daba vergüenza haber tenido sus primeras palabras con él en tan delicada situación y no sabía cómo actuar.
- Permíteme ver, aunque sea por un instante, una sonrisa tuya -dijo Paco, alzando con un dedo de su mano el rostro de Marta.
Ella no pudo menos que dejarse llevar por las palabras de Paco y, casi como a cámara lenta, comenzó a sonreír, tímidamente al principio pero, finalmente, con seguridad.
- De verdad que siento lo de su camisa. Si hace falta, le compraré otra igual.
- No pasa nada, chiquilla, tengo más camisas en casa. A docenas, diría yo -y soltó una carcajada- No ha habido cumpleaños en que no me hayan regalado, por lo menos, dos o tres camisas. ¡Y así durante más de diez años! Tengo tantas que no recuerdo ya si son de mi talla.
A Marta se le escapó una risa al oírlo y dos hoyuelos se le marcaron en ambas mejillas.
- ¿Ves? No hay nada más hermoso en esta vida que ver una mujer sonriendo.
- Como siga así tendré que tratarle de tú -se atrevió a decir Marta.
- Pues justamente eso es lo que quiero.
- ¿Cómo? -la cara de Marta reflejó una sorpresa inesperada.
- Sí, como oyes. Hace tiempo que vengo observándote y tengo ganas de conocerte mejor. Si tú quieres.