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lunes, 25 de febrero de 2013

El Día Señalado 2

EL DÍA SEÑALADO

Capítulo 1

25 de Febrero de 2013



- ¡Hola Don José!
- ¡Hombre, Paco, tan puntual como siempre!
Esbozando una gran sonrisa, Don José demuestra que está de buen humor. Al parecer el día va de bien a mejor.
Don José es el propietario del hotel donde Paco trabaja. Es un hombre de noble tez y cuidada barba, escasas canas y agradecida curva de la felicidad. Ya está entrado en años y no conoce otra cosa en la vida que su hotel. Tuvo la oportunidad de casarse con la que fue su novia de joven pero ella no quería permanecer ligada a la dirección de un hotel, así que se casó con otro y se trasladó de ciudad.
- Dime, Paco, ¿ya has pensado en lo que te dije el otro día?
- La verdad es que sí, Don José, pero de momento no lo tengo en mente.
- Mira, te veo a ti y me veo a mí mismo de joven... y no quiero que termines como yo.
- ¿Como usted? ¿Un hombre que tiene lo que quiere? Pues eso es lo que pretendo.
- No me entiendes, Paco. Yo tuve una oportunidad hace muchos años de ser feliz y la desperdicié. Ahora me arrepiento de ello.
- No se puede tener todo en esta vida, eso ya lo sé. Además, yo no creo en eso que llaman "amor" -dijo Paco en tono despectivo.
- No se trata de amor, es algo más: es vivir. El inero, la fama, la riqueza, son cosas que hoy tienes y mañana no; el despertarte por la mañana al lado de alguien con quien compartes tu vida y eres feliz por ello, eso no lo compra el dinero.
- No hace falta que insista, Don José, seguiré trabajando hasta conseguir mis logros y lo que quiero.
- Al menos, tenlo presente.
- Lo tendré.
Y Paco marchó a realizar sus delicadas tareas en el hotel mientras Don José subía a su despacho.

miércoles, 20 de febrero de 2013

El Viejo Español y la Niña Cubana nº 5


Epílogo

Los recuerdos, sus ya únicos compañeros, vinieron a su mente casi agolpados, en desorden. Poco a poco fue seleccionando aquéllos que más fuerte sentía, aquellos que aún tenía pendientes por resolver, aquellos que hacían su vida algo más agradable.

Recordó cómo antes de salir de viaje se encontraba en el bar de siempre. Rogelio siempre había sido admirado por haber viajado mucho y haber tenido éxito. Según él, había que nacer con el don de gentes para triunfar en este mundo. Quizá lo tenía pues, a fin de cuentas, nunca había soltado un céntimo, siempre había alguien que le pagaba los viajes, las comidas e incluso la ropa.

Ese día, Rogelio acababa de llegar de su viaje de Cuba y, cómo no, ya estaba explicando sus aventuras a todos.

El viejo español se unió al grupo para poder escuchar las maravillas de esas tierras y de lo fantástico que era el mundo. Aquel mismo día, el viejo español se atrevió a interrumpir a Rogelio:

- ¿Y yo también podría ir?

Se hizo el silencio entre los presentes y todas las miradas estaban clavadas en el viejo español. Hasta que Rogelio dijo:

- Pues claro que sí, Paco.

El alivio fue general pues nadie se atrevía nunca a interrumpir los relatos de Rogelio.

- Es más, esta vez hasta me he echado novia -prosiguió Rogelio.

Los rostros de los presentes mostraban sorpresa y ansiaban conocer los detalles. Que un hombre de 80 años no se echaba novia todos los días.

- Mirad, mirad -dijo sacando una fotografía de la cartera- ¿A que es bonita?

El rostro de Paco palideció al ver a Rogelio con una niña de unos 12 años sentada en sus rodillas. El resto mantuvo su pequeño silencio hasta que empezaron a felicitar a Rogelio. Paco no daba crédito a lo que sus ojos veían. Rogelio se dio cuenta de la situación y se dirigió a Paco:

- Tranquilo, hombre, que todas allí lo hacen. Basta con que les des algo, una baratija, un par de billetes y ya te llaman papito y todo.

Y soltó una tremenda y sonora carcajada. El resto le coreó murmurando: "Claro, ya se sabe, es lo que tienen estos sitios."

La imagen de esa niña se le quedó grabada a Paco. Y la soledad que sentía, junto con las cosas que le explicaba Rogelio, le hizo tomar la decisión de ir a Cuba y disfrutar como lo hizo Rogelio.

Paco volvió a la realidad y se dio cuenta de que soñaba despierto, como siempre. Se levantó y se dirigió a la ducha para relajarse del viaje. Una hora después, salía a la calle en dirección al bar donde se reunían sus compañeros.

De camino al bar recordó aquella tarde, la tarde en que conoció a los padres de la niña cubana. Le había entregado un sobre con dinero y no quería que lo perdiera o se lo robaran, así que le dijo que la acompañaría a casa.

Cuando llegaron allí, la niña cubana le pidió que entrara para presentarle a su familia, como muestra de agradecimiento. Allí se encontraban los padres y los cinco hermanos de la niña cubana. Se respiraba un ambiente de cortesía y confianza aun a pesar de la miseria en que vivían.

Paco entró detrás de la niña cubana, que fue corriendo hacia su madre extendiendo el sobre en la mano derecha. Su madre cogió el sobre, lo abrió y sus ojos casi se salen al ver el contenido. Miró al marido y le dijo:

- Esto es una bendición del cielo.

El marido, viendo el contenido del sobre, asintió y extendió el brazo hacia Paco invitándole a que se sentara con ellos.

Estuvieron hablando durante dos horas, de esto, de lo otro y de aquello; de cómo era la vida en la isla, de la dureza de vivir allí, de las niñas; de la vida en España, de sus gentes e ideas.

Paco quería que la niña cubana pudiera ser alguien en la vida, quería que viviera e iba a hacer lo que estuviera en su mano para ello.

Por eso la apadrinó.

Por eso cada mes ingresará un dinero en una cuenta para que la niña cubana y su familia no sufrieran más de lo que habían sufrido.

Recordaba las caras de alegría y los gestos agradecidos, cuando llegó al bar. Como siempre, ahí estaban Rogelio y compañía, él hablando y el resto asintiendo.

- ¡Hombre, Paco! -gritó Rogelio al verle- ¿Qué tal tu viaje por placer?
- Pues aquí me tienes, -respondió Paco- encantado de la vida.
- ¿Ah, sí? Así que encontraste plan, ¿verdad? Si ya te decía yo ...
- Podríamos decirlo así.
- ¿Y eso qué significa, que sí o que no?
- Mejor llevaré yo la conversación.
- ¿Qué quieres decir? -en el rostro de Rogelio se mostró incertidumbre a la vez que indignación, nadie le llevaba la contraria.
- ¿Tienes ahí la foto de tu ... "novia"?

Al decir esta última palabra, en la cara de Paco se reflejó el mayor de los ascos.

- Claro que sí, -respondió Rogelio- pero, ¿te encuentras bien? No entiendo tu ...
- Déjamela ver, por favor.
- La verdad es que has vuelto de un "rarito" ...
- Por favor, Rogelio, déjame la foto.
- Vale, aquí la tienes -dijo Rogelio excitado.

Sacó la cartera, la abrió y extrajo la fotografía que, a regañadientes y extrañado, entregó a Paco.

Éste cogió la fotografía y la miró durante unos segundos. La misma imagen seguía allí, no había mutado en absoluto. La tenía grabada en la mente desde la primera vez que vio la fotografía y, desde entonces, no le había abandonado ni un momento, ni en sus más débiles sueños.

- Te voy a hacer un regalo, Rogelio.
- ¿Ah, sí? ¡Qué bien que te hayas acordado de mí!

Paco cogió a Rogelio de la camisa, haciéndole una especie de nudo en la garganta con ella, y lo arrinconó contra la pared, ante la mirada atónita del resto del grupo.

- ¿Ves esta foto? ¿Recuerdas esos días? Jamás, óyeme bien, jamás de la vida volverás a contar esas historias.
- ¡Paco, ¿te has vuelto loco?! ¡Me haces daño!
- ¡Mira bien la fotografía! Estas niñas son personas que sufren, y gracias a desgraciados como tú no tienen ninguna oportunidad en la vida.
- ¡Te has vuelto loco! -intentó gritar Rogelio, con la cara más colorada que un tomate.
- Loco no, he vuelto a ser persona, algo que no puedo decir de ti.
- ¡Pero tú también fuiste allí a lo mismo que yo!- casi farfullaba en un intento de coger aire.
- Sí, pero yo me di cuenta de que estaba actuando mal y decidí hacer lo correcto. ¡Tú, en cambio, no! Por ello me das asco, ¡y no mereces vivir!
- ¡Tranquilo, Paco, tranquilo! No volveré a contar nada de nada, ¡te lo juro!
- ¡Claro que no, de eso estoy seguro!

Soltó la camisa de Rogelio dejando que pudiera respirar mejor y se alejó dos pasos.

- ¿Ves la foto?
- Sí- respondió con voz apagada Rogelio.
- Pues es la última vez que la vas a ver.

Y, diciendo esto, rompió la fotografía en varios trozos pequeños.

- ¿Recuerdas su cara? ¿Recuerdas esa cara de niña pequeña a quien le robaste parte de su inocencia? Pues dejará de ser un recuerdo para ti, jamás volverás a Cuba, jamás volverás a desgraciar una vida más.

Y dio media vuelta dirigiéndose a la puerta. Antes de salir del bar gritó:

- ¡Olvídate para siempre de mi ahijada!

*** FIN ***

viernes, 15 de febrero de 2013

El Secreto nº 11


Capítulo 11
15 de Febrero de 2013

Soledad, oscuridad, silencio.
Qué extraño sueño estoy teniendo, no puedo hablar, ver ni moverme.
Espera, estoy atado. ¿Qué pasa aquí?

- ¿Hola?
El sonido de mi voz suena dentro de mí, ecos ininteligibles se desvanecen allá donde esté.

- ¿Hay alguien ahí?
Ahora puedo hablar pero sigo sin ver nada. Además, estoy atado a un taburete o una silla sin apenas respaldo y noto cómo me duele la cara, nótola viscosa, sudorosa, como si algo fuera goteando poco a poco.

- Bienvenido.
- ¿Quién habla?
- Tranquilo, puedo ayudarte.
- ¿Quién eres?
- Sólo soy alguien que puede darte la salvación.
- ¿La salvación de qué?
- De tus pecados.
Dicho esto noto cómo algo duro golpea mi espalda, dañándola y sacándome un grito.

- ¿Te vas a arrepentir?
Otro golpe, esta vez más fuerte, hace que sienta partes de mi espalda que desconocía.

- ¿O prefieres arder en el infierno?
Dolor, más dolor, infinito dolor. Siento como si las vértebras se separaran con este nuevo golpe, un punzante escalofrío que recorre todo mi cuerpo.

- ¡Estás loco!
-acierto a decir.
- ¿Loco? Para nada. Sé muy bien lo que estoy haciendo.
Le oigo detrás de mí y noto un tono burlón en sus palabras.

- ¿Qué quieres de mí?
- Ya te lo he dicho, que te arrepientas ...
Un latigazo cortante en todo el ancho de mi espalda.

- ... o que ardas en el infierno.
Al oír estas palabras veo que aparece, delante mío, una especie de hoguera con tan llameante luz que me deja casi ciego. Cuesta enfocar la vista, el calor se nota desde el primer segundo, escucho una risa detrás mío.

- Tú eliges, tuya es la decisión.
Miro hacia el suelo y veo un rastro de sangre, debajo de mí. Veo mi camisa roja y no es un efecto de las llamas: es sangre. Mi propia sangre.

- ¡Haré lo que quieras pero déjame vivir!
- Creo que es imposible, has de purificar tus pecados.
- ¡Pero, ¿qué he hecho yo?!
- Mataste a un hombre.
Qué extraño, ¿cómo puede saberlo? ¿Quién es este loco?

- Hiciste algo abominable y has de pagar por ello.
¿Por qué será que esta voz me resulta familiar? Intento recordar pero el calor del fuego me está provocando mareos, sudores, creo que he perdido bastante sangre y no tengo fuerzas para intentar desatarme.

- Dicen que la venganza es un plato que se sirve en frío ...
¡Oh, Dios mío, me va a matar!

- ... pero yo prefiero que mueras ardiendo, Juan.
- ¡Socorro!


domingo, 10 de febrero de 2013

Un día de San Valentín

Un día de San Valentín. El amor joven

10 de Febrero de 2013
Escrito el 8 de Febrero de 1999

Era una bella tarde de invierno, brillando el sol, cantando los pájaros. No tenía que temer nada, ella me quería. No podía dejar de pensar en ella. Hasta que sonó el timbre.

Con prisa, cogí el llavero y la chaqueta, me encaminé escaleras abajo y la encontré allí. Enfundada en unos ceñidos pantalones rasos, de una sola costura. Se abrigaba gracias a un jersey oscuro con un cuello que dejaba entrever la camiseta blanca que decoraba a juego su delgado y esbelto cuello, cerrado por un colgante de plata, su nombre grabado. Su calzado la había hecho crecer tres o cuatro centímetros mientras que su verde mirada me invadía por dentro.

Un claro de esperanza inundó mi ser.

Su cabello liso se reunía en una pequeña cola bien hecha. Con el pelo suelto, su mirada cambiaba: de ser agradable a tener cierto tono de maldad. Poseía unos dotes inusuales para hacer que me sintiera bien, cual fuera el momento.

Recuerdo los despertares en casa de mis padres acompañados del ansia por bajar al bar para que me sirviera un café. Todavía sigue viva la primera vez que le dije lo que sentía por ella, hace cinco años. Nadie la había invitado para aquel Domingo. Era Sábado y me sirvió mi acostumbrado café cuando, en un descanso de barra, nos pusimos a hablar. Nadie la había llamado y no sabía por qué. Decidí hacer público mi amor pero sólo acerté a decirle:

- Quizá aceptes que te invite mañana a tomar algo.

Ella no salió de su asombro, cuando me dijo:

- ¿No será una invitación para salir o algo así?
- Así es -respondí- Quiero quedar contigo mañana.
- ¿No tenías a nadie con quien salir o qué? Ya soy mayorcita para que me lleven a tomar algo por ahí. Si salgo, me voy con mis amigas.
- Y seguro que no tienen nada que hacer. Acéptalo, mañana es San Valentín y me gustaría quedar contigo. Nada especial, si tú no quieres.
- Bueno, pero no te hagas ilusiones.
- ¿Quedamos, entonces, a las cinco y media aquí delante?
- Vale.

Y allí quedó todo. Al día siguiente fue como un sueño grandioso. Nada más llegar ella me preguntó dónde iríamos. "¡Sorpresa!", le dije yo. Aceptó y empezamos a andar, sin rumbo fijo, por la calle Ancha. Llegados a las Ramblas, subimos hacia la plaza Cataluña, no sin antes pararnos en los tenderetes donde se vendían collares y anillos, pañuelos y todo tipo de alhajas.

- ¡Qué bonito es esto! ¡Qué bonito es lo otro!
- ¿Quieres algo de esto?
- No hace falta, gracias.
- ¿No te haría ilusión un recuerdo?
- Sí, pero me conformo con recordar el paseo.

Al final conseguí convencerla y le compré un anillo, inscrito en él la fecha de hoy, 14 de febrero. Todavía lo lleva puesto. Es el único que lleva puesto.

Seguimos, cogidos de la mano, paseando por tan magistral museo vial hasta que llegamos a la plaza Cataluña. Subimos la Rambla de Cataluña hasta la calle Córcega donde, tiempo atrás, había conocido un bar bastante cálido e íntimo. La invité a entrar, no sin fijarme en la expresión que surgió en su rostro al ver tan bonito lugar. Saludé al camarero que nos indicó una mesa apartada y sugerente al retiro armónico de dos seres que se quieren. Leves frases y susurros es lo único que la gente sabe de nuestro encuentro. Ni en el más interno de mis deseos hubiera imaginado una tarde como aquélla.

rpPaco

martes, 5 de febrero de 2013

El Poeta Errante nº 8



El Octavo Pasajero
5 de Febrero de 2013
Subiendo a un medio de transporte público compruebo que soy el octavo pasajero. Dos mujeres de cierta edad charlan tranquilamente mientras, con el rabillo de los ojos (del de cada una, claro), se actualizan en cuanto a nuevos viajeros se refiere.
Una joven pareja, al fondo, se debate entre demostrar públicamente su amor o compartir, vía tecnológica, sus pequeñas ideas en lenguaje no regulado. Una chica joven, embarazada, con tres bolsas bien cargadas de elementos básicos y en oferta, pues una inminente subida de impuestos puede dejarle con la mitad de lo necesario para subsistir. Un hombre cuyos ojos vieron antaño mejores tiempos se acompaña de un viejo y gastado bastón, compañero fiel desde aquel día que necesitó apoyarse en algo. Un muchacho de apenas quince años carga con su mochila tras la espalda, seguramente llena de libros pesados que buen tiempo le costará aprender.
Y después estoy yo, el octavo pasajero. Y no me juzguéis mal, que no soy un alien, un extranjero en el planeta Tierra. Soy uno más, un simple ciudadano que, para poder moverme a largas distancias e intentar reducir mínimamente el desgaste en la naturaleza, utiliza el transporte público.
Porque al precio que está el carburante, podría dedicarme a recoger el que encuentro en los aparcamientos y venderlo a precio de oro.
Y me despido con un dicho popular en referencia al artículo octavo de la Constitución de 1812, pues Hacienda somos todos, aunque cambien los tiempos.

El Poeta Errante