15 de Enero de 2015
- CAPÍTULO DÉCIMOTERCERO -
La duda crecía a medida que avanzábamos hacia el hospital. No podíamos imaginarnos cómo había sucedido. Simplemente pasó. Unas copas de más y el volante se volvió a la izquierda. En una curva. Él no pudo girar a tiempo. El resultado: fractura craneal. Los médicos estaban haciendo todo lo posible hasta que salió de todo peligro y se podrá poner en pie de nuevo. Tal vez pasen meses pero volverá a jugar con nosotros. Mientras estábamos en la sala de espera encendí suave pero decididamente un cigarrillo. La enfermera con sutileza nos indicó unos bancos exteriores donde aguardar nuevas noticias. Nos sentamos Carlos y yo mientras los demás seguían de pie, movidos por el nerviosismo de si Nacho viviría o no. Pasadas unas horas, algunos cafés y bastantes cigarrillos llegó el doctor, con una expresión bastante sombría en su faz.
- Doctor, -quise saber- ¿cómo se encuentra?
El doctor hizo un ademán y me llevó aparte de los demás.
- El estado del enfermo es grave pero no conlleva graves secuelas. En nada podrá salir. Sufrió una fractura en el brazo derecho pues se le rompió íntegro en el accidente y no lo hemos podido reconstruir del todo.
- Gracias, doctor.
Muy a mi pesar tuve que dar la noticia a mi gente. Cuando vieron mi rostro comprendieron que no serían buenas nuevas lo que estaba arrastrando sino algo grave. Les comuniqué lo dicho por el médico. Esperé. Unos gritos siguieron al silencio momentáneo que pareció un siglo y algunas personas se pusieron a llorar, algunas de histeria, otras de rabia. Pero la mayoría sentíamos dolor por lo ocurrido. Intenté en vano calmarles y, cuando parecía haber orden, sugerí irnos a la cafetería pues allí no haríamos más que estorbar.
A la salida de la sala, yendo a trompicones por el pasillo, nadie reparó en el enfermo de la silla de ruedas que estaba al lado de la puerta.
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