15 de Junio de 2015
- CAPÍTULO DECIMOCTAVO -
Hacía tiempo que no entraba en la comisaría de policía, distrito central.
- ¿Qué desea? -pregunta el oficial de recepción.
- Deseo hablar con el teniente Juan, de homicidios.
- ¿Me deja su carnet, por favor?
- Por supuesto.
- Pero, si usted es
- No lo digas en alto, que aún me pedirán autógrafos.
- En seguida miro si está.
- Gracias.
Eficiente aunque inexperto. Sólo llevaba dos semanas en el departamento y ya presenciaba un gran acontecimiento. Parece buen chaval aunque muy nervioso. Claro, tanto café Pero lo importante en ese momento no era velar por la salud del policía sino hablar con el teniente.
Una señora que estaba sentada esperaba a su hijo, heroinómano y ladrón, para llevarle a casa de su hermana, lejos de su marido. Si se entera, lo mata. Cerca de la máquina de cafés, yendo el abogado hacia ella para sacar uno, había un joven con unos papeles en la mano.
- Vaya, -pensé- tan joven y ya le llevan a juicio por un choque.
La culpa fue del otro, no vi la señal, estaba bebido, etc. Cualquiera de esas excusas servirían para librar a la compañía de seguros de pagar los daños.
- Mira quién está aquí, nuestro abogado del diablo. ¿O debo decir de sí mismo?
- Menos sarcasmos que tengo que hablar contigo.
- Pues pasa, pasa, que verás qué despacho.
- Ya lo he visto una vez y me pareció de lo más normal.
- Bueno, ¿qué te trae por aquí?
- ¿Te acuerdas del cigarrillo en la escena del crimen?
- Sí.
- Pues llevaba tiempo igual.
- ¿Qué quieres decir?
- Que no pertenecía a un fumador sino a un médico.
- ¿Quién puede ser tal...?
- ¿Te acuerdas de los médicos que hay entre nuestro grupo?
- Sólo hay uno y... ¡espera!
No hay comentarios:
Publicar un comentario